Meses después releo esos mails que tanto fuego cargaban – la crónica del conflicto. Me sorprendo: la que entonces defendí con celo, “mi” verdad, aparece ahora brumosa. Es apenas mi modo de ver las cosas. Y el punto de vista del oponente bien podría haber sido - yo en su lugar - el mío. ¿Que sus razones eran débiles? No menos que las mías.
En aquel momento creí adivinar tras los mensajes una voz crispada. Hoy no leo irritación en sus palabras. Será porque, las más de las veces, la escritura de los otros no tiene un tono definido, salvo aquél que le asignamos y que, ay, es sólo el nuestro en ese instante, el tono cambiante del eterno monólogo interno. Acostumbramos conceder a ese monólogo una objetividad imposible.
(Cuánto mejor hubiese sido ignorar el orgullo y preservar aquella amistad.)
* * *
“Mañana será otro día”: así se espera que con el paso del tiempo algo ajeno a nosotros cambie y la circunstancia nos sea propicia.
(¿Pero no sería mejor tratar nosotros de ser otros mañana?)