lunes, 11 de marzo de 2013

Ruidos, electrónica y espejos


Pensaba que los primeros culpables habían sido los motores a explosión, pero WH Hudson me desayuna (si bien él lo escribió hace cien años yo recién lo leo) en sus memorias “Far Away and Long Ago. A Childhood in Argentina.” que ya en la segunda mitad del siglo XIX Buenos Aires era una ciudad con llamativo nivel de ruido, eso gracias a  las ruedas sin suspensión de los carros tirados por caballos y su repiqueteo sobre el empedrado:

"As they were then paved the streets must have been the noisest in the world, on account of the immense numbers of big springless carts in them."

Ese bochinche marcó la percepción del muy joven Hudson, que vivía en el campo y estaba acostumbrado a escuchar sólo pájaros - los pájaros que lo apasionaron toda su vida - vacas, ovejas y caballos y el viento entre los árboles, además de unas pocas voces humanas. 

Ahora, en la esquina de Corrientes y Pellegrini, junto a la cuadra peatonal de Diagonal Norte, hay, además del constante rugir y graznar del tránsito, un dj que administra sonidos electrónicos y procura, quizás, endulzar el oído de los caminantes. Se lo distingue junto a su instrumental visitendo una remera negra, en blanco lleva la inscripción bailen putos. Así lo hemos identificado A., M. y yo cuando hemos hablado de él, el tipo para nosotros es simplemente el bailenputos. (A., con quien no tenía contacto desde hacía varios días, me manda un mensaje de texto con la sola intención de informarme que el tipo ha cambiado de remera, ahora la frase es no se amarguen, estoy sin pareja, o algo por el estilo.)

No sé cómo le estará yendo al fulano con el reconocimiento popular, o cuántas monedas le dejarán los ríos de gente que se entrechocan en la vereda. Por mi parte, su arte o el de los dj como especie se me antoja extraño, será una cuestión generacional o de gustos pero yo no percibo más que un constante chingui chingui que me aletarga,  me haría falta alguna ayuda química o alcohólica para lograr un maridaje que deviniera en sentido, qué se yo, ciertamente no es mi palo, not my cup of tea

Y en cuanto a cómo medir el talento puesto en juego, sea por un Guetta o por un anónimo bailenputos,   me declaro incapaz, no sé si es todo pura máquina de ritmo y grabaciones, ni cuánta es la intervención del ejecutante, si la hay, y en esto comparto el juicio tajante del áspero y recordado Pappo, que no los consideraba colegas, músicos, pares. En fin, habré quedado tirado en la banquina de las modas sonoras, nada demasiado grave. Al menos hasta que un Mozart o Miles Davis del techno me rescate. 

De todas formas el empeño del tipo de Corrientes y Pellegrini sí tiene algo que enternece, más allá de que sea ése su modo personal y original de rebuscarse el sustento en la jungla urbana: intentar armonizar con una banda sonora el caos porteño parece una tarea de cíclope.

* * *

Leo en la novela el principio de una frase: “El espejo le devuelve la imagen…” y me rebelo y le reprocho en la callada voz alta de mi conciencia al autor, cuándo, decime cuándo un espejo, artefacto bobo si los hay, le ha devuelto algo a alguien, al menos los espejos con los que yo me cruzo jamás me han devuelto nada, menos que menos la imagen con aquel despreocupado gesto, ése que tenía yo hace mucho, mucho tiempo. El único gesto que hoy me importaría recuperar.
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