jueves, 29 de abril de 2010

Caza menor

Shinta es macho - como la "a" final en su nombre no parece indicar, un nombre japonés puesto por un antiguo novio de M - y está castrado (el gato, no me consta que lo esté el antiguo novio).

Vive afuera y adentro. Adentro sólo come, bebe, ronronea y duerme, es a la intemperie donde gasta su vigilia. Algunas noches ni se digna a entrar, anda por los techos y quién sabe por dónde más.

Hace algunas mañanas, al salir de casa, son cuatro los ojos que me miran sorprendidos, como descubiertos en una situación íntima. Shinta no está solo, lo acompaña una lauchita.

A plena luz el minúsculo roedor no me causa sino pena,  imagino su inmediato destino de presa. Antes de dejarlos solos alcanzo a ver que Shinta lo deja escapar y lo persigue, jugando y sin tocarlo aun. Está seguro de su mortíferas artes de cazador.

domingo, 25 de abril de 2010

Edades

I.

Sólo ha sido necesario durar, llegar hasta aquí: cierto día se empieza a pensar en el término del viaje. Si bien falta aun (en mi estimación más esperanzadora) un buen trecho, la imagen brumosa de una costa ya comienza a vislumbrarse en el horizonte.

Es entonces cuando la sensación de finitud hace nido en el corazón. La atención que la conciencia le preste podrá fluctuar con los días, queda mucho por hacer para distraerla, pero el sentimiento ya no será extraño ni ajeno.

La noción de un yo indefinidamente perdurable quedó circunscripta  a los remotos dominios de la infancia. En mi percepción de entonces, una completa era geológica no hubiese parecido mucho más larga que el tiempo restante de la vida.

Ahora los años se escurren como agua entre las manos, casi no se distingue uno de otro en su acelerada sucesión. Resulta imposible volver a nadar en aquel mar inacabable del principio.

En el camino ha quedado también ese otro infinito, el de las potencialidades del ser. Se hicieron a cada momento elecciones, buenas o malas, se optó por ésto y por fuerza se desechó aquéllo.

De aquellos sueños a esta realidad: ¿cual será el espejo que me muestre quién soy hoy?


II.


"Le tre età dell'uomo". Giorgione (1501)

martes, 20 de abril de 2010

Serendipity

I.

Tenía algo que hacer este fin de semana, terminar una tarea que ya me estaba resultando insoportable, y en lógica consecuencia me apliqué, con plena conciencia, a perder el tiempo. Pero, contra lo esperado, el deber pudo ser honrado en término, y como ganadas pude entonces contabilizar las horas que volaron tras aleatorias búsquedas youtubianas, que me permitieron descubrir un puñado de joyas.

Anouar Brahem, Renaud García Fons, Sylvain Luc, Tigran Hamasyan, Aziza Zadeh son algunos de los hallazgos. Mucha mezcla de jazz + flamenco + árabe + clásico + ... música, ni más ni menos. La clasificación de estilos aquí se vuelve elástica, y el dominio técnico del instrumento, si bien extraordinario en más de un caso, nunca está solo o en primer plano, vale en tanto materializa la expresión de las emociones, las ideas del artista.

De todos "mis" descubrimientos, tal vez sea Dhafer Youssef, intérprete de oud (un antecesor árabe del laud) y descomunal cantante, el que más me haya asombrado. Lo que él hace, mejor escucharlo.



II.

El conocimiento avanza a) por planificación b) por error c) por azar. Igual que la reproducción humana. Manfred Eigen

miércoles, 14 de abril de 2010

Es así, Sara

I.

Pensaba: qué bien nos vendría disponer, como otras criaturas, de la posibilidad de hibernar. Pero no como una respuesta al clima hostil, sino (refinando un poco el mecanismo, ya que podemos soñar) como un sencillo recurso ante lo que no queremos vivir.

Porque hay días en que nuestras mejores intenciones no valen, en los que uno ya anticipa que no aprenderemos ni disfrutaremos nada valioso, que nos aburrirán y pasarán sin pena ni gloria (y no hablo aquí de sufrimientos, que al menos algo siempre nos dejan).

En esos días nos vendría bien una voluntaria desaparición del mundo consciente, no para siempre, sólo una pausa hasta que el sol del espíritu vuelva a asomar.

(Entonces me topo con esto que una mujer muy talentosa, hace cincuenta años, escribió para que yo lo descubriese precisamente hoy. Y que parece responderme.)


II.

Porque los días están amadrinados, llega uno y sabemos que el otro viene, y también el otro, y el otro más, y hay que aguantarse, porque el hombre es un pobrecito que no puede levantar el cuchillo y decir: no quiero más días, sin decir: no quiero más hombre, y arreglar tal vez las cosas metiéndose el cuchillo en la barriga. Porque los días son como una tropa sin fin pasando una tranquera.

"Enero", pág. 67 (Sara Gallardo)

jueves, 8 de abril de 2010

Hacia la intensidad

En su libro "El Sonido es Vida. El Poder de la Música", Daniel Barenboim reflexiona con gran sensibilidad sobre las relaciones entre la música y la vida. Dice, entre otras cosas:


"Es esencial comprender la diferencia entre potencia y fuerza, que está relacionada con la distinción entre volumen e intensidad en la música: cuando se dice a un músico que toque con mayor intensidad, su primera reacción es tocar más fuerte. En realidad, lo que se requiere es lo contrario: cuanto menor es el volumen, mayor la necesidad de intensidad; cuanto mayor el volumen, menor la necesidad de intensidad."

La intensidad, creo, es algo que no nos viene dado, lo adquirimos con el tiempo. El tiempo, mientras nos va quitando de a poco la fuerza del esplendor físico, nos permite al menos llegar a perfeccionar el arte de sentir y pensar con intensidad cada vez mayor. Requiere nuestra voluntad lograrlo, pero me pregunto si, en muchos aspectos, el aprendizaje de la vida no es sino esto:

recorrer el camino desde la simple fuerza hasta la compleja intensidad.

viernes, 2 de abril de 2010

Traducción

I.

Mientras vuelvo a recordar fugazmente que en fechas como la de hoy, viernes santo, en la casa donde crecí no se escuchaba música, ni siquiera radio y mucho menos tv, ya que era de rigor observar una especie de duelo, evitando toda acción que nos pudiera distraer en demasía de la gravedad de lo que se conmemoraba, un rasgo habitual de la educación católica en esa época y en esta parte del mundo, educación que en mi caso recibí por la vía materna y que yo a mi turno no quise transmitir a mis descendientes, habida cuenta no sólo de que los tiempos habían cambiado sino mucho más de que era otro mi sentir en esas cuestiones, insignificante había devenido en mí la impronta de esa heredada educación, que hablaba de un dios a nuestra imagen y semejanza al que había que temer, a quien se podía pedir y quien concedía a cambio su gracioso sentido a todo lo que no parece tenerlo, mientras recuerdo todo eso, decía, escucho, precisamente hoy, como si de una ingenua, extemporánea transgresión se tratase pero a la vez, de modo misterioso, como un inesperado regreso a un mundo del que me creía ya ajeno para siempre, la música de alguien que supo, como ningún otro logró entonces ni después, traducir a un lenguaje infinitamente más certero que la palabra el profundo sentido religioso que nos habita.

II.

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