Acaba de entrar por la ventana, siempre lo hace. El protocolo no se ha hecho para Boris, una de las tres criaturas de cuatro patas que cohabitan esta casa y de ellas, sin duda, la de presencia menos discreta.
Tenemos una relación difícil, más allá del amor. A veces sus dislates son tan enormes que cuesta perdonarlo. Sus diálogos con Fidel, el perro que vino de la calle y se quedó para siempre, ya me han ganado en la vecindad algunas enemistades inesperadas.
Amigo de arrojarse tras los patos de la laguna, revolcarse en polvo y mugre, perseguir distantes pájaros o mariposas, incapaz de controlar su ímpetu incansable, lo que este pseudo-pointer no tiene de paz interior, lo tiene de afectuoso y manso.
Desmañado, incapaz de aprender rutinas o comportarse, tal vez sea precisamente por eso que lo ame. Y que lo sienta casi un par.