viernes, 22 de abril de 2011

Parsifal

Esta obra, que su autor Richard Wagner no llamó ópera sino festival sagrado, una de cuyas escenas centrales transcurre en un día como el de hoy, Viernes Santoestá basada en la leyenda medieval del Santo Grial. Parsifal fue la última composición que RW completó y estrenó, si bien la estuvo trabajando en bosquejos sucesivos durante muchos años, siendo incluso anterior en su germen a otras seis. 

Quienes tengan dificultad con la estética wagneriana, que nunca es liviana, se encuentran aquí, por diferencia, con el hueso más duro,  el mayor de los desafíos: casi cinco (5) horas de música con apenas dos intervalos, tonalidades ominosas y continuamente cambiantes, muy pocos cantantes solistas - esencialmente sólo cuatro -, acción física casi inexistente la mayor parte del tiempo.

Aquí no hay, como en una ópera tradicional, arias con principio y fin definido, ni pasajes de relleno, todo está densamente entrelazado. No hay espacio para el aplauso y mucho menos para vociferar un bravo, ni siquiera al final: el respetuoso silencio, más allá de haber sido un expreso pedido del autor, no hace más que reflejar el ánimo de serena paz que persiste en el oyente cuando ha cesado la música.

Sí, puede decirse es una obra de una densidad enorme, en su texto y por supuesto en su música. El que se anime a ella accederá a una de las cimas absolutas del arte musical; otros no la soportarán cinco minutos...

Por lo difícil que siempre ha resultado disponer de buenos cantantes wagnerianos - las voces, entre otras exigencias,  tienen que tener un timbre muy particular y además, sin ayuda de amplificadores, imponerse sobre los tutti de una orquesta de más de cien músicos, con sección de bronces reforzada -  es entendible que no haya sido ésta una obra muy representada entre nosotros. 

Sólo una vez he podido presenciar Parsifal en teatroen el Colón, a mis escasos doce años, y a la distancia imagino más que probable que, junto a la fascinación de lo que veía y oía, en alguna parte haya bostezado, me haya aburrido - dormido no creo -  y me haya perdido en primera audición algo de lo mucho que el genio de Wagner condensó en su expresión final. Lo que no impidió que el virus de su música me contagiara de por vida, un virus contra el que no conozco vacuna...

... ni la deseo. 


domingo, 17 de abril de 2011

La expectativa

I.


Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de [...]. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida, a los demás: "¡No, no quiero ver la televisión!". Alza la voz, si no te oyen: "¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!". Quizá no te han oído, con todo ese estruendo, dilo más fuerte, grita: "¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino!". O no lo digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz.

"Si una noche de invierno un viajero" (Italo Calvino)

***


Ahí está, ése es el libro nuevo que estabas esperando. Apenas ayer lo viste en la vidriera de la librería, el impulso de entrar a comprarlo se te hizo irresistibe. En verdad no había urgencia,  un libro de ese autor no desaparecerá tan pronto de existencias y será seguramente reimpreso, además en casa tenías suficiente material de lectura, presente y atrasada, de hecho estabas leyendo otro libro que te gusta y del que todavía te resta bastante. Esto sin contar los que compraste la última vez y todos los demás que aguardan ser leídos hace meses o años en tu biblioteca. Pero ése es el poder irracional de las novedades, poder que se acrecienta cuando estás sobre aviso, cuando estás preparado para dejarte atrapar por lo que prometen.

***

Todavía no has abierto la primera página. El autor es un viejo conocido tuyo, conocido en el sentido de que has leído casi todo lo que él ha publicado. Se trata de una voz familiar, apreciada.

Y más allá del tema que trate ahora, conocés su mundo, su modo de decir, sabés que con él (como con otros excelentes autores) siempre encontrarás esos párrafos, esas páginas en las que te vas a olvidar por completo de que un libro es un producto editorial, que su existencia obedece a leyes del mercado y que, incluso, te ha costado no pocos pesos - digamos cien  -, porque toda la industria cultural, y el escritor en primer lugar, tienen derecho pleno a vender lo que producen.

No, te vas a sentir parte de un diálogo esencial y personal, entre vos y uno que sabe más o sabe diferente, o que incluso sabiendo lo mismo lo dice mucho mejor, alguien que te habla directo, te hace una confesión personal, te responde o comparte con vos la pregunta que tampoco él puede responder, esa pregunta con la que te ayuda a entender la vida.

Y aun ahora, sin haber leído la primera frase, ya te estás sintiendo feliz.

Anticipar, imaginar lo bueno que aun no ha ocurrido, dar por descontado ese placer que sin embargo no será nunca idéntico a tu expectativa - porque te resulta evidente que no sabrías definir con precisión qué es lo que esperás de un libro, aunque lo esperés casi todo.

También esa expectativa es una forma de tu felicidad...


II.

... como la expectativa de un nuevo día que amanece. Así lo cuenta Mr. Elling en un son (con ton) de Mr. Elling-ton (!):

lunes, 4 de abril de 2011

Constante

"Soy tan constante como la estrella polar", puso Shakespeare en boca de Julio César y la misma frase cantó luego en una hermosa canción de amor (A Case of You) Roberta, alias Joni Mitchell. 

Pero ¿a qué podemos llamar constante, a fin de cuentas? 

Constancia, hermoso y desusado nombre de mujer (su forma masculina no me suena tan agradable), expresión de una admirada virtud, virtud que admiro justamente por no tener. Nada hay constante en nuestra vida, a lo largo del tiempo que nos toca se va modificando todo; ni siquiera nuestros amores, ésos que al principio soñábamos eternos, acaban siéndolo la mayoría de las veces. 

Quedaba todavía para algunos el pobre consuelo de confiar en la naturaleza inmutable de las leyes que rigen el cosmos: si la ciencia no nos engañaba, a ciertas magnitudes podíamos tildarlas de constantes universales, de invariantes en todo lugar. Dios no juega a los dados, fue una famosa frase de Einstein. Pues ahora resulta que tampoco es ésa tierra firme donde echar el ancla de nuestra inquietud. 

Para desmentir póstumamente a don Albert, mediciones muy recientes parecen indicar que el valor de las constantes físicas varía según la ubicación en el universo. Y por si fuese poco, el mismísimo universo no tiene un centro quieto, estaría acelerado en una dirección lineal, digamos de izquierda a derecha: el enorme conjunto se escapa decidido hacia un punto remoto. 

Esa inmensidad que creíamos el todo puede resultar siendo sólo una parte de algo mayor (si es que eso cabe en la cabeza de alguien: no en la mía, por cierto). 

Durante una clase de filosofía, en el colegio secundario, juro que una vez sucedió que los conceptos de espacio y  tiempo se me presentaron sin resto de secretos ante mi entendimiento. Fueron tal vez sólo unos segundos de éxtasis indescriptible, en los que realmente creí haber resuelto la cuestión, de una vez y para siempre.  Para siempre.

(Desde entonces no he hecho más que retroceder. Mi incapacidad de entender: esa sí podría llamarse constante.)
***

Asombra enterarse de que Javier Marías, escritor largamente consagrado,  con cuarenta años de oficio sobre los hombros, al terminar una nueva novela sienta necesaria la opinión ajena sobre la calidad de lo escrito porque duda honestamente que merezca ser publicada.   

(Sospecho que tal interrogante jamás se le ocurriría a, por ejemplo, un Coelho. Y debería...)

***

Nombré antes a Joni, y la traigo aquí como autora, permitiendo que con su genio se luzcan otras dos damas: la gran Dianne Reeves y (para mí hasta hoy una desconocida) Caecilie Norby. Versión de género difícil de encasillar, con un arreglo vocal e instrumental de timbres muy sutiles. 

Para disfrutarla de los dos lados.

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