jueves, 21 de octubre de 2010

Vos, ¿qué escribirías?

I.


Hace poco leía en un blog de los que acostumbro seguir una muy poética propuesta de mensaje arrojado a lo desconocido, ése cuyo arquetípico vehículo es la botella al mar que navega a la deriva meses o años hasta que alguien, por puro azar, la pesca.

El mensaje que allí se proponía constaba de una sola palabra:

 "Gracias". 

Me pareció admirable: un texto que admite múltiples interpretaciones, dirigido a ningún destinatario en particular y que sin embargo todos podemos tomar como dedicado a nosotros. Y además, una palabra que siempre hace bien leer (o escuchar).

El eco de ese escueto gracias me hizo enlazarlo una vez más con una historia de hace años, historia que en su momento me conmovió y en cuyo significado para mi propia vida nunca he dejado de pensar.


(Vos, ¿qué escribirías?)


 II.


Esa historia a la que me refiero fue muy breve, transcurrió en apenas media hora. Entre otras formas de verla, también podría estar la de una consigna creativa bajo presión, el desafío de producir un texto con el tiempo como único e insalvable límite:

Tenés media hora - no más - para escribir algo.

En lo esencial, eso sería todo.

Y en esa historia, eso fue realmente todo.
No se trató de un examen, tampoco de un concurso.
No hubo calificaciones.
No fue obligatorio cumplir la consigna, de hecho pocos lo hicieron.
Más aun: la elección de escribir o no hacerlo no tuvo ninguna consecuencia en la vida de quienes tomaron parte de la experiencia.
El tema del texto fue libre, aunque - formas aparte - no es difícil suponer que todos eligieron el mismo.

¿Te parece muy fácil la tarea?


(Vos, ¿qué escribirías?)


 III.


El 12 de agosto de 1985, a poco de tomar altura, un jumbo de Japan Airlines sufrió la avería completa de su sistema de navegación. Durante poco más de media hora, la nave fue cayendo sin control hasta estrellarse contra la ladera de una montaña. Hubo 520 muertos y, verdadero milagro, cuatro mujeres sobrevivientes.

Entre los restos del accidente se encontraron mensajes que los pasajeros escribieron en esa media hora final de sus vidas. Ellos tuvieron el raro privilegio de saber, en el momento en que las anotaban, que ésas serían sus palabras finales a los que amaban, a sus dioses, al mundo o a sí mismos.

Uno de esos mensajes, el que recuerdo, decía algo así:

"Por mi vida, que hasta ahora ha sido feliz, te doy gracias."


(Vos, ¿qué escribirías?)

martes, 12 de octubre de 2010

Las disculpas del caso

Es apuesto, luce juvenil, además es  ministro y muy amado. Un triunfador, su sonrisa transmite la seguridad de los que se sienten en la cima. Y entonces, un buen día, va y se anima a comparar en público a ciertos adversarios con aquellos que “ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo". Ay, qué forma de descarrilar, muchacho. Pero bueno, ¿quién no mete la pata alguna vez?

Lo que el hombre expresó aquí, sin embargo, es bastante común y tiene un nombre, es un ejemplo más de lo que alquien, hace tiempo, bautizó como reductio ad hitlerium, es decir, las analogías de cualquier cosa o persona con el nazismo o los nazis.

(Una derivación de esta idea, restringida al campo virtual, es la llamada ley de Godwin, que estipula que a medida que cualquier discusión en internet se prolonga, la probabilidad de que se acabe comparando al adversario con el nazismo o con Hitler tiende a 1.)

Y está muy claro que, más allá de las reales intenciones, la falacia de parangonar - o incluso mezclar en el mismo contexto - cualquier actitud, persona o sistema con semejante abismo moral de la historia, más que a la denigración del adversario contribuye a la banalización de aquel horror.

* * *

Otra cuestión, una vez que uno ya dijo o hizo una estupidez, es reconocer el error y pedir las disculpas del caso. Tan sencillo. ¿Quién hace eso todavía?

El ministro muy amado, por ejemplo, no lo consideró necesario en este caso y se limitó a calificar sus dichos apenas como una  metáfora poco afortunada. En fin, que un poquito de cuidado a la hora de elegir metáforas y esto ha sido todo. De disculpas ni se hable.

Pero no es el único, por supuesto, que pasa completamente por alto los propios fallos. Es más bien la norma imperante.

Hace unos días escuchaba que le preguntaban a un famoso ex-entrenador de fútbol si consideraba haber cometido errores en su muy  extensa carrera. Al responder, en un rapto de conmovedora autocrítica, admitió que sí, que hubo uno, que una vez convocó al seleccionado a un jugador que debía presentarse dos días después a un partido importante con su equipo, que esa información se filtró a la prensa, se armó un pequeño revuelo, pero él rápidamente revisó su decisión  y todo quedó arreglado en un par de horas. O sea, una real pavada. Hasta yo podría haber contestado por él: por ejemplo, mencionar cuando él mismo, médico además de entrenador, le dió a un integrante de un seleccionado rival un bidón con supuesta bebida hidratante, bebida que descompuso al pobre tipo instantáneamente y obligó a su reemplazo. 

¿Qué error hubiese hipotéticamente admitido, digamos, un Stalin? ¿Tal vez las purgas brutales? Aventuro que no, probablemente concediera haber descuidado alguna vez a sus mascotas, si las tenía. (Igual,  nadie debe haberse animado a preguntárselo.)

* * *

Mucho mejor que yo aborda esta resistencia al arrepentimiento el admirable escritor Javier Marías. 

... Pero su comentario coincide absolutamente con algo que vengo observando y que ya he señalado aquí, de pasada. Huelga decir que, al no ser yo creyente, ni me confieso ni me parece extraño que no lo haga la gente en general. Sí me lo parece más que se abstengan quienes se declaran católicos, y en todo caso me llama la atención desde hace tiempo el enorme desprestigio de que goza el arrepentimiento, más allá de su dimensión religiosa, a la que en modo alguno se limita el concepto. Si ustedes hacen memoria, habrán leído u oído numerosas entrevistas con personajes públicos en las que, antes o después –la pregunta debe de ser recurrente por parte de los periodistas–, manifiestan con invariable brutalidad (ya se trate de políticos, actores, escritores, cantantes o banqueros): “No me arrepiento de nada. Cuanto he hecho lo volvería a hacer. No tengo nada que lamentar”. Siempre me quedo perplejo, pese a la reiteración. ¿Nadie se arrepiente de nada, cuando esa es una de nuestras más frecuentes reacciones, al menos en nuestro fuero interno? No sé, son tantas las veces en que uno lamenta haber hecho o no hecho una cosa, haber dicho unas palabras que han herido o que sólo han traído resquemor, haber o no tomado tal o cual decisión, haber descartado esto o aquello, no haberse atrevido a dar un paso, haberse o no casado con tal persona, haber perdido una amistad, no haber estado más atento a quien ya murió o no haber hablado más con él …
 
(La nota completa, en su blog).

sábado, 2 de octubre de 2010

Un corito para Q.

Cumplía 75 años Q. y se imponía un homenaje especial. El tipo, al igual que ese Orozco que canta Gieco, en su larga carrera como compositor y arreglador tocó con todos, y no son pocos los famosos que gracias al genio musical de Q. han alcanzado la cumbre, de modo que el festejo que se le armase debía dar la talla. Veamos (oigamos) qué le prepararon.

Para empezar, el lugar, Montreux, una catedral de la música. En el grupo de instrumentistas, una lista de peso abrumador: Cobham. Sample, Moody, Hancock, Landgren, en fin, que lo que abunda no daña. Una sección de caños de ésas que hacen volar las pelucas, una base rítmica contundente, el mentado prócer Herbie con su portátil colgado y él mismo con cara de colgado... Bien, bien, hasta aquí perfecto.

Luego los cantantes. Mucho talento conocido también en este rubro, Kahn, Austin, Clark, Kidjo, Morrison, Mouskouri, etc..

A ver: Ud., la rellenita de vestido púrpura, se me para bien adelante. ¿Cómo anda de la gola? ¿Puede meterle alguno de esos célebres agudos suyos al temita? A los dos minutos, sí. El resto, acompáñela. El "do it do it" por favor que salga al unísono.

Ud., la morena bonita, ¿Knight, me dicen que se llama? Francamente, poco de "knight" le veo, mas bien de espléndida dama. Bien, Knight, demuéstrenos que no sólo por su belleza la han convocado y póngase a la altura vocal de la mítica Chaka. ¿Jarreau? No, ése ya cantó, en ésta sólo mira.


Afinación y ajuste del ensamble, esas cosas las damos por sobreentendidas, pero... ¿podrán hacer palpable además eso indefinible que Uds. llaman soul? Vamos, ya saben a qué me refiero, y el señor Q. también.

(Y lo que sigue fue el postre de esa noche. No sé qué habrá dicho Q., yo me hubiese quedado sin palabras.)



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