Por estos días son pocas las caras que se ven temprano en el parque, ahora que el frío se ha instalado. Algunos corremos, otros caminan, hay dueños que pasean a sus perros y hay también no pocos perros sin dueño a la vista.
Ella está junto a un banco blanco. Sólo quienes la conocen se animan a acercársele y acariciarla. G., que es una especie de hada protectora de los perros abandonados, le lleva alimento y hasta le acerca cada noche una manta.
No es imposible recibir un ataque inesperado, eso G. lo supo este verano y yo pude ver la marca de la profunda mordida en su brazo. Sin embargo nadie la considera peligrosa, mucho menos G.
Casi nunca, desde hace meses, la veo lejos de ese banco. Día y noche. Alguien me ha dicho que allí mismo su pobre amo se quitó la vida.
Y si bien me doy cuenta de que esta es una historia que parece cuento yo, al verle los ojos, me la creo.