lunes, 23 de diciembre de 2013

Cerciorarse

Llueve. Una lluvia breve, intensa, bienvenida, escasa para compensar la hoguera de días recientes o atenuar del todo la de éste. 

Regresa de pronto una frase aprendida hace mucho, el comienzo de un poema: "¿por qué la lluvia nos conmueve tanto?". No sé cómo sigue ni se me antoja buscarlo en google, me quedo con lo que recuerdo, sólo esa frase y el nombre del poeta, Rega Molina. 


Puedo estar equivocado, claro. Ahora que cualquier dato surge al instante de la web, me produce una modesta euforia usar la libertad de no cerciorarme, respetar la vigencia de un recuerdo viejo, incompleto.


Cerciorarse: verbo que se me cruza varias veces en el cuento que estoy leyendo. Se lo escuchaba (el verbo, no el cuento) a menudo a mi madre cuando yo era chico, no lo heredó mi léxico, yo no me cercioro, en cambio me aseguro. 


De pocas cosas en la vida podemos cerciorarnos con éxito. Haber cerrado la llave de gas y con llave la puerta de casa al salir, estar adecuadamente vestidos donde nos vean, portar documentos, tener a mano el celular... fácil.


Cuestiones más fundamentales - lo que sienten otros, cómo nos ven, cuánto nos quieren, hasta cuándo - quedan fuera de la certeza. 


O peor. Son la clase de certezas que pueden mutar, inadvertidamente, en su exacto opuesto. 


Y hacer sufrir. 


En otra época, al menos, de ese sufrir nacían buenos tangos. 


Hoy, ni eso.
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