viernes, 31 de diciembre de 2010

Doce

A la medianoche exacta todos nos apurábamos a comer las doce uvas que la tradición familiar mandaba. Con cada uva debía  pensarse un deseo, yo nunca era capaz de formular tantos. Pero sí  recuerdo  uno que se repetía cada Nochevieja: en el nuevo año debía cambiar, ser más obediente, más bueno, portarme bien. En la práctica ese noble propósito duraría apenas unas horas, a lo sumo un día, y ya entonces se haría evidente que yo no había cambiado y seguía siendo el mismo de antes.

Hoy nuevamente tocará repetir la tradición. Pero esta vez de mi parte no habrá deseos, no habrá promesas. Me concentraré en el gusto dulce de esas doce uvas.





Time may change me
But I can't trace time
I said that time may change me
But I can't trace time

viernes, 24 de diciembre de 2010

Contexto

La casa estaba por el oeste, según creo en algún lugar de Castelar lejos de la estación. Habíamos ido con el grupo del colegio a hacer una especie de retiro. 

En un momento libre, Luis, que era un poco mayor que nosotros y oficiaba de guía espiritual, tomaría la guitarra y se pondría a cantar, con voz afinada y potente, los temas que ya le conocíamos. Su repertorio estaba seleccionado con intención, respondía a una idea de justicia social que era cuestión central en nuestras charlas. 

Así pasaban entonces, entre las que recuerdo, la canción que evocaba la trágica figura de Camilo Torres, aquella otra que cantaba la joven Nacha (no hay que robar zapatos en los supermercados, rezaba el pegadizo estribillo), y naturalmente varias del joven León. Hombres de Hierro, por ejemplo.

Y ésta, que invariablemente nos conmovía:




(Que lo pasen lindo, les deseo de corazón. )

jueves, 9 de diciembre de 2010

Monerías

I.

Las ruedas embarradas del último organito
vendrán desde la calle buscando el arrabal
con un caballo flaco y un rengo y un monito
y un coro de muchachas vestidas de percal.

“El último organito” – Homero Manzi

(No podría decir nada acerca de ese caballo flaco, de ese rengo ni de esas coristas, pero sí tengo por seguro que el mono de esa célebre letra fue un exponente de la especie capuchino.)



Desde que el poeta lo nombró han pasado décadas. Hoy, a sus evidentes dotes circenses el monito ha incorporado otras facetas mucho más interesantes, considerado ese interés desde el utilitario punto de vista humano.

En recomendable sitio vecino acabo de desayunarme de la utilización habitual de monos capuchinos como eficaces ayudantes de pacientes cuadripléjicos. Esta especie de mono habita las selvas del norte de nuestro país y  pasa por ser la más inteligente entre las originarias de América. Tanto así que una organización estadounidense se ocupa de entrenarlos, y unos 7 años y 40000 dólares más tarde los animalitos serán capaces de convivir como infantes en casa de los pacientes y, por ejemplo, operar botones y perillas, calentar alimentos en un microondas, lavar la cara de sus amos o darles de comer en la boca.

Me entero también de que hace unos años se verificó, además de su capacidad para aprender el uso de utensilios y de superar el test del espejo (reconocer que su imagen reflejada en un espejo no es la de un rival e interactuar con ella, revelando un grado de autoconciencia ya cercana a la humana), que los capuchinos también podían llegar a comprender el abstracto concepto del dinero. En el curso de experimentos diseñados, uno de los resultados más sorprendentes - no buscado ni esperado - fue la comprobación, al menos en un caso, de un intercambio de dinero por sexo (la humana prostitución). Por cierto, la receptora de la paga la cambió sin demora por alimento, demostrando con esto hasta dónde llegaba su entendimiento de que la moneda sólo sirve cuando se la canjea por un bien aprovechable.

* * *

Si de dar al sexo un papel relevante en la cultura de la especie se trata, en el reino animal la delantera la llevan unos primates genéticamente muy cercanos al homo sapiens, los  bonobo, naturales del centro de África (y amenazados de extinción). 


Los bonobo tienen una actividad sexual incesante y además utilizan el sexo como vía de alivio de tensiones y solución de conflictos. Hacen el amor y no la guerra, literalmente. Sus contactos genitales reproducen casi todas las formas que conocemos los humanos, y comparten con el hombre algunos de sus tabús en la materia. 

Su ADN difiere del nuestro un 0.6 % (menos del 1 %), tal similitud hace que algunos expertos los consideren homínidos; pueden asimilar el uso comprensivo de un vocabulario básico, y se ha experimentado con ellos incluso en un campo tan supuestamente exclusivo del hombre como la composición de obras musicales.


II.

Los bonobos también inspiraron la lúcida humanidad de Peter Gabriel, que les dedicó esto. (De hecho fue gracias a este tema de PG que me enteré de su existencia. El tema no está incluido en sus grabaciones de estudio y sólo hay disponible esta versión en vivo, del DVD "Growing Up").

"Intelligent life is all around us... " (PG)


martes, 30 de noviembre de 2010

Teloneros

Pocos minutos antes de la hora de inicio anunciada, en el gran teatro no queda un lugar vacío, más de tres mil somos los que aguardamos el comienzo del recital del famoso artista, yo en penúltima fila del segundo pullman. 

En punto se apagan casi todas las luces, se hace silencio y aparece... no, no seamos tan ansiosos, no es todavía la estrella de la noche. Se trata de un músico local, al menos para un mí desconocido, con una guitarra. Hará el papel de soporte, de aperitivo. Telonero, como también los suelen llamar. 

Arranca tocando un samba y cantando en portugués, ambas cosas con profesionalismo y calidad. Hay aplausos. Anuncia luego a un acompañante - es su hermano - y adelanta que interpretarán apenas "un par de temas" más. Un tango instrumental a dos guitarras es lo que sigue. Más aplausos. Tercer tema, una hermosa canción folklórica con aires jazzeados, cantada a dos voces, con largos solos instrumentales. Si, tal vez resulten un poquito extensos esos solos, pero suenan bien. Cálidos aplausos. 

Lo que a continuación sucede, en rápida secuencia, es una pequeña obra de comicidad involuntaria: 

El telón que se va cerrando lentamente, mientras los dos músicos reciben un generoso reconocimiento.

En tanto seguramente disfrutan de su momento, los músicos que se demoran unos segundos sentados aun en sus taburetes. (¿Evalúan tal vez hacer un bis?)

Las dos mitades del telón que, avanzando desde ambos laterales, detienen su cierre justo al llegar a los flancos de los músicos, ocultando el resto del escenario pero pareciendo indicar que el número seguirá. (Sí, entonces habrá un bis.)

De repente, el telón que cobra nueva vida y se cierra sobre ellos con inusual velocidad, haciéndolos desaparecer de la vista de la sala. (No, señores, no habrá ningun bis.)

Algunas risas crueles que se mezclan con el aplauso ya menguante. Alguien ha dictaminado el final de la actuación del dúo. 

Teloneros, eso son, y por cierto en más de un sentido: sobre ellos ha caído, implacable, todo el peso del telón.


(El recital posterior será pura fiesta. De lo mucho excelente que hubo, elijo, en versión algo diferente a la oída esa noche, esta joyita.)


El amor es un gran lazo,
una trampa que te aísla,
un lobo corriendo en circulos
para alimentar a la manada,
comparo su llegada
con la fuga de una isla,
tanto engorda como mata,
hace más cortos los días

El amor es como un rayo,
galopando en desafío,
abre sendas, cubre valles,
revuelve las aguas del río,
quien quiera seguir su rastro
se perderá en el camino,
en la pureza de un limón
o en la soledad de un espino

El amor y la agonía
van consumiendo despacio,
arrancando horas al tiempo
el calor vence al cansancio,
y el corazón de quien ama
se queda faltando un pedazo,
como una luna menguante
que se durmió entre sus brazos

martes, 23 de noviembre de 2010

Pequeña manía reinterpretada

Fuera de casa por unos días, ausente esta vez de mi equipaje la novela de Barnes que había recién empezado, a la hora de dormir busco en biblioteca ajena alguna lectura que me entretenga un rato. Elijo releer Microcosmos, de Claudio Magris. 


Lo abro en cualquier página, Magris soporta sin mengua este arbitrario tratamiento, verdadero maestro que en cada una de sus frases destila elegancia y sabiduría. Así sigo unas páginas por terreno conocido, hasta que me detengo en una anotación que alguien agregó en un margen. 


No es lo que dice esa anotación lo que desvía mi pensamiento: es simplemente el hecho de ver ahí algo que no escribió el autor del libro sino un lector cualquiera lo que me lleva al reflexionar en un rasgo de mi carácter. Una manía, probablemente. 


Desde que, en mis primeros años de vida, antes siquiera de saber leer y cuando de los libros sólo miraba las figuras, una voluntariosa vecina - seguramente horrorizada por algún modo un poco brusco que observaba en la dulce criatura que fui - me enseñó, con firme amabilidad, cómo pasar las páginas una a una sin ajarlas, los libros fueron considerados por mí como objetos de culto, casi sagrados. Debía cuidarlos, evitar a toda costa marcarlos y mucho menos dibujarlos, tal había sido el mensaje entonces. 


La lección evidentemente quedó grabada a fuego en mi cerebrito virgen, y en los años sucesivos jamás subrayé ni escribí comentarios ni firmé (como algunos acostumbran para demostrar la propiedad del ejemplar) los libros que fui poseyendo. Nada de raro habría en esto, millones de lectores hacen lo que yo hago, y otros millones lo contrario, por razones igualmente buenas. Hasta hoy, ése era mi simple razonamiento. 


Pero esta noche, como en una fulguración, al descubrir ese comentario escrito al margen caigo en la cuenta de una razón más profunda de mi conducta modélica. Y esa razón, he de admitirlo, es que me daría verdadero terror que algún contemporáneo - lo que opinen de mí cuando ya no esté en el mundo me tiene sin cuidado -  al toparse con un hipotético comentario, aclaración, duda o pregunta mías anotadas en algún libro, acabe concluyendo con lacónica impiedad: 


Pobre, no entendió nada.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Estados

Como es natural en todo sistema, los estados de armonía se interrumpen, es entonces cuando el cuerpo reclama su protagonismo para recordarnos, con voz apremiante, cuál es el verdadero sustento de nuestros sueños y ambiciones. Así, el foco de nuestra atención pasa en un instante del luminoso mundo exterior al interior oculto, los sentidos se afinan para captar el lenguaje sutil de la biología. Se abre una incierta pausa en la rutina.

No será ésta la primera vez que note que bajo ciertas condiciones muy precisas de malestar físico, no sé si necesariamente asociadas a la fiebre, se me hace del todo imposible escuchar cualquier tipo de  música. Es algo bien diferente a no tener ganas de escucharla. Se produce un fenómeno bastante  particular: ciertas músicas que tengo almacenadas en la memoria, músicas por demás apreciadas, vuelven, pero lo hacen de manera fragmentada y repetitiva y, este es el rasgo esencial, ad nauseam

No es que acudan a la mente diferentes músicas mezcladas, no, en cada oportunidad es sólo  una  - una cualquiera - la que se instala en la semiconciencia y la ocupa por entero. Y de esa única composición musical serán además sólo unos pocos compases los que se repetirán como en una cinta sinfín, como un mantra fuera de control, hasta causar el hartazgo, lo que normalmente no tardará en suceder. 


Alguna vez me ocurrió, lo recuerdo, pasar todo un inolvidable cólico renal repitiendo parte de un standard de Gerry Mulligan, desde ese momento quedo íntimamente asociado "Night Lights" con la dolorosa experiencia; en estos últimos días fue una vieja canción de Claudio Baglioni el involuntario  instrumento del suplicio que me hizo sentir un remoto émulo de Alex en "A Clockwork Orange".

La lectura durante esos días fue una novela policial sueca, otra más de ese origen, de una autora nueva (¿pero cuántos suecos escriben policiales?). Interesante al principio, no resultó luego más que un pasatiempo para acabar cuanto antes, más por tozudez del lector que por mérito literario.

El sábado a la tarde, lluvioso, fue ideal para aletargarse frente al televisor con una tranquila película de trama también policial. Tom Selleck, actor limitado que no obstante me cae simpático (desde los lejanos tiempos en que protagonizaba Magnum), hacía el papel de comisario. Un duro, de pocas palabras, ex-alcohólico en la ficción, no dejaba de causarme asombro la cantidad de whiskies con hielo que a toda hora hacía bajar por su garganta. El mejor personaje de la película fue sin duda un perro, el perro del protagonista, al que lamentablemente las exigencias del guión obligan a sacrificar.

Mientras tanto, el paseo sin plan por algunos blogs ajenos me llevó esta vez a descubrir  lugares tan lejanos y fascinantes como Fanling


Y ahora, tras la mejoría, la rutina y la música ya pueden volver.

 

lunes, 1 de noviembre de 2010

Mulisch y el poder político

De Harry Mulisch, escritor holandés muerto hace un par de días, leí un solo libro.



No recuerdo hoy cómo llegué hasta "El Descubrimiento del Cielo", novela editada en los 90 por Tusquets en tapa dura (¡ah, esas maravillosas encuadernaciones en tapa dura, cada vez más raras!) y de extensión intimidante, más de ochocientas páginas. Sin que alguien me lo recomendara, quiero pensar que guiado por algún secreto olfato, lo que allí encontré fue un tesoro, uno de los libros más extraños y fascinantes que haya tenido el placer de leer. Una novela con hombres y ángeles, lenguaje poético y mirada universal, en la que que se procura reflexionar sobre nuestra esencia y destino desde una concepción de profundo humanismo.

A más de diez años de esa lectura, aun recordaba particularmente un largo párrafo en el que el inolvidable protagonista, Onno Quist, desgrana una hipótesis sobre la naturaleza del poder político. El planteo que allí hace es, por lo menos para mí, inquietante, y aunque su visión pueda resultar incompleta, desde entonces la he tomado muy en cuenta: ejemplos que prueban su acierto, incluso aquí y ahora, me resultarían fáciles de encontrar.

Así hablaba entonces Harry Mulisch, por boca de su personaje Onno:

... Toda la sociedad está empapada como una esponja de toda clase de formas de poder, las relaciones de poder entre hombre y mujer, el poder en la enseñanza, en la vida empresarial, con respecto a los animales; no existe la ausencia de poder en ninguna parte. Pero, ¿qué es el poder político? El poder político consiste en que alguien pueda realizar cosas de las que no tiene conocimiento; que se encuentre en tal posición que pueda decidir sobre el destino de personas que no conoce. A veces incluso sobre asuntos de vida y muerte, y aun a veces después de su propia muerte. Los que carecen de poder ven al poderoso, pero éste no los ve a ellos. 

(...) yo pensaba que el poder político era exclusivamente el poder de la palabra. El que tuviera las mejores ideas y supiera expresarlas mejor era el que tenía más poder. Ahora sé que sólo se trata en tercer lugar de ideas y palabras, y sólo en segundo lugar de quien las pronuncia, de la persona en sí. Hay mucha gente que ya considera eso terriblemente antidemocrático, pero es mucho peor todavía. El poder es el poder de la carne. El poder es puramente físico. Nunca nadie ha osado considerarlo de esa manera. Nadie obtiene poder por lo que dice, su programa político no es más que algo secundario, y tampoco importa quién sea la persona en cuestión; cualquier otro podría aparecer con el mismo programa y no pasaría nada. Uno consigue poder exclusivamente por poseer la constitución física de alquien que obtiene poder. Si este mismo dijera otra cosa, lo contrario, también obtendría poder. 

(...) El poderoso es aquel que obtiene poder porque su físico contiene un secreto por el que los demás dicen: "Sí, éste es nuestro hombre", o mujer, naturalmente. La habilidad es exclusivamente esto: el cuerpo. 

(...) La autoridad es imprescindible porque es el eje de la propia vida. En cualquier célula se ejerce poder, por la molécula del ADN en el núcleo. Allí reside el material genético, que es quien manda. Desde la primera célula viva, vía las comunidades de animales hasta los estados actuales, ha mantenido el poder su naturaleza física, porque sólo así se hace posible. La condición de la corporalidad es poder y la condición del poder es corporalidad. Por ello durante mucho tiempo el poder ha sido hereditario. El primer representante de una dinastía tenía la misma presencia física de poder que Hitler, Stalin, Mussolini, Churchill, Fidel Castro o Napoleón; después bastaba ser carne de su carne. 

(...) Además, todos esos primogénitos se llaman en muchas lenguas líderes "natos". Las guerras fueron durante siglos guerras dinásticas, como sucede con la mafia, donde se trataba de los intereses de las familias reales, por tanto era una cuestión de corporalidad, y sucede exactamente igual con las guerras republicanas cuyo origen está en la corporalidad de los nuevos poderosos. Allí donde desaparecieron las casas reales, la continuidad ya sólo la aseguraron los funcionarios, que proceden de la corte, y que desde Babilonia y el antiguo Egipto no han dejado de existir. Los funcionarios son eternos, sobreviven a los faraones, a los reyes y presidentes, pero no funcionan sin líder; los funcionarios sin dirección son como ropas sin emperador.

jueves, 21 de octubre de 2010

Vos, ¿qué escribirías?

I.


Hace poco leía en un blog de los que acostumbro seguir una muy poética propuesta de mensaje arrojado a lo desconocido, ése cuyo arquetípico vehículo es la botella al mar que navega a la deriva meses o años hasta que alguien, por puro azar, la pesca.

El mensaje que allí se proponía constaba de una sola palabra:

 "Gracias". 

Me pareció admirable: un texto que admite múltiples interpretaciones, dirigido a ningún destinatario en particular y que sin embargo todos podemos tomar como dedicado a nosotros. Y además, una palabra que siempre hace bien leer (o escuchar).

El eco de ese escueto gracias me hizo enlazarlo una vez más con una historia de hace años, historia que en su momento me conmovió y en cuyo significado para mi propia vida nunca he dejado de pensar.


(Vos, ¿qué escribirías?)


 II.


Esa historia a la que me refiero fue muy breve, transcurrió en apenas media hora. Entre otras formas de verla, también podría estar la de una consigna creativa bajo presión, el desafío de producir un texto con el tiempo como único e insalvable límite:

Tenés media hora - no más - para escribir algo.

En lo esencial, eso sería todo.

Y en esa historia, eso fue realmente todo.
No se trató de un examen, tampoco de un concurso.
No hubo calificaciones.
No fue obligatorio cumplir la consigna, de hecho pocos lo hicieron.
Más aun: la elección de escribir o no hacerlo no tuvo ninguna consecuencia en la vida de quienes tomaron parte de la experiencia.
El tema del texto fue libre, aunque - formas aparte - no es difícil suponer que todos eligieron el mismo.

¿Te parece muy fácil la tarea?


(Vos, ¿qué escribirías?)


 III.


El 12 de agosto de 1985, a poco de tomar altura, un jumbo de Japan Airlines sufrió la avería completa de su sistema de navegación. Durante poco más de media hora, la nave fue cayendo sin control hasta estrellarse contra la ladera de una montaña. Hubo 520 muertos y, verdadero milagro, cuatro mujeres sobrevivientes.

Entre los restos del accidente se encontraron mensajes que los pasajeros escribieron en esa media hora final de sus vidas. Ellos tuvieron el raro privilegio de saber, en el momento en que las anotaban, que ésas serían sus palabras finales a los que amaban, a sus dioses, al mundo o a sí mismos.

Uno de esos mensajes, el que recuerdo, decía algo así:

"Por mi vida, que hasta ahora ha sido feliz, te doy gracias."


(Vos, ¿qué escribirías?)

martes, 12 de octubre de 2010

Las disculpas del caso

Es apuesto, luce juvenil, además es  ministro y muy amado. Un triunfador, su sonrisa transmite la seguridad de los que se sienten en la cima. Y entonces, un buen día, va y se anima a comparar en público a ciertos adversarios con aquellos que “ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo". Ay, qué forma de descarrilar, muchacho. Pero bueno, ¿quién no mete la pata alguna vez?

Lo que el hombre expresó aquí, sin embargo, es bastante común y tiene un nombre, es un ejemplo más de lo que alquien, hace tiempo, bautizó como reductio ad hitlerium, es decir, las analogías de cualquier cosa o persona con el nazismo o los nazis.

(Una derivación de esta idea, restringida al campo virtual, es la llamada ley de Godwin, que estipula que a medida que cualquier discusión en internet se prolonga, la probabilidad de que se acabe comparando al adversario con el nazismo o con Hitler tiende a 1.)

Y está muy claro que, más allá de las reales intenciones, la falacia de parangonar - o incluso mezclar en el mismo contexto - cualquier actitud, persona o sistema con semejante abismo moral de la historia, más que a la denigración del adversario contribuye a la banalización de aquel horror.

* * *

Otra cuestión, una vez que uno ya dijo o hizo una estupidez, es reconocer el error y pedir las disculpas del caso. Tan sencillo. ¿Quién hace eso todavía?

El ministro muy amado, por ejemplo, no lo consideró necesario en este caso y se limitó a calificar sus dichos apenas como una  metáfora poco afortunada. En fin, que un poquito de cuidado a la hora de elegir metáforas y esto ha sido todo. De disculpas ni se hable.

Pero no es el único, por supuesto, que pasa completamente por alto los propios fallos. Es más bien la norma imperante.

Hace unos días escuchaba que le preguntaban a un famoso ex-entrenador de fútbol si consideraba haber cometido errores en su muy  extensa carrera. Al responder, en un rapto de conmovedora autocrítica, admitió que sí, que hubo uno, que una vez convocó al seleccionado a un jugador que debía presentarse dos días después a un partido importante con su equipo, que esa información se filtró a la prensa, se armó un pequeño revuelo, pero él rápidamente revisó su decisión  y todo quedó arreglado en un par de horas. O sea, una real pavada. Hasta yo podría haber contestado por él: por ejemplo, mencionar cuando él mismo, médico además de entrenador, le dió a un integrante de un seleccionado rival un bidón con supuesta bebida hidratante, bebida que descompuso al pobre tipo instantáneamente y obligó a su reemplazo. 

¿Qué error hubiese hipotéticamente admitido, digamos, un Stalin? ¿Tal vez las purgas brutales? Aventuro que no, probablemente concediera haber descuidado alguna vez a sus mascotas, si las tenía. (Igual,  nadie debe haberse animado a preguntárselo.)

* * *

Mucho mejor que yo aborda esta resistencia al arrepentimiento el admirable escritor Javier Marías. 

... Pero su comentario coincide absolutamente con algo que vengo observando y que ya he señalado aquí, de pasada. Huelga decir que, al no ser yo creyente, ni me confieso ni me parece extraño que no lo haga la gente en general. Sí me lo parece más que se abstengan quienes se declaran católicos, y en todo caso me llama la atención desde hace tiempo el enorme desprestigio de que goza el arrepentimiento, más allá de su dimensión religiosa, a la que en modo alguno se limita el concepto. Si ustedes hacen memoria, habrán leído u oído numerosas entrevistas con personajes públicos en las que, antes o después –la pregunta debe de ser recurrente por parte de los periodistas–, manifiestan con invariable brutalidad (ya se trate de políticos, actores, escritores, cantantes o banqueros): “No me arrepiento de nada. Cuanto he hecho lo volvería a hacer. No tengo nada que lamentar”. Siempre me quedo perplejo, pese a la reiteración. ¿Nadie se arrepiente de nada, cuando esa es una de nuestras más frecuentes reacciones, al menos en nuestro fuero interno? No sé, son tantas las veces en que uno lamenta haber hecho o no hecho una cosa, haber dicho unas palabras que han herido o que sólo han traído resquemor, haber o no tomado tal o cual decisión, haber descartado esto o aquello, no haberse atrevido a dar un paso, haberse o no casado con tal persona, haber perdido una amistad, no haber estado más atento a quien ya murió o no haber hablado más con él …
 
(La nota completa, en su blog).

sábado, 2 de octubre de 2010

Un corito para Q.

Cumplía 75 años Q. y se imponía un homenaje especial. El tipo, al igual que ese Orozco que canta Gieco, en su larga carrera como compositor y arreglador tocó con todos, y no son pocos los famosos que gracias al genio musical de Q. han alcanzado la cumbre, de modo que el festejo que se le armase debía dar la talla. Veamos (oigamos) qué le prepararon.

Para empezar, el lugar, Montreux, una catedral de la música. En el grupo de instrumentistas, una lista de peso abrumador: Cobham. Sample, Moody, Hancock, Landgren, en fin, que lo que abunda no daña. Una sección de caños de ésas que hacen volar las pelucas, una base rítmica contundente, el mentado prócer Herbie con su portátil colgado y él mismo con cara de colgado... Bien, bien, hasta aquí perfecto.

Luego los cantantes. Mucho talento conocido también en este rubro, Kahn, Austin, Clark, Kidjo, Morrison, Mouskouri, etc..

A ver: Ud., la rellenita de vestido púrpura, se me para bien adelante. ¿Cómo anda de la gola? ¿Puede meterle alguno de esos célebres agudos suyos al temita? A los dos minutos, sí. El resto, acompáñela. El "do it do it" por favor que salga al unísono.

Ud., la morena bonita, ¿Knight, me dicen que se llama? Francamente, poco de "knight" le veo, mas bien de espléndida dama. Bien, Knight, demuéstrenos que no sólo por su belleza la han convocado y póngase a la altura vocal de la mítica Chaka. ¿Jarreau? No, ése ya cantó, en ésta sólo mira.


Afinación y ajuste del ensamble, esas cosas las damos por sobreentendidas, pero... ¿podrán hacer palpable además eso indefinible que Uds. llaman soul? Vamos, ya saben a qué me refiero, y el señor Q. también.

(Y lo que sigue fue el postre de esa noche. No sé qué habrá dicho Q., yo me hubiese quedado sin palabras.)



What makes you feel like doing stuff like that?
What makes you feel like doing stuff like that?

martes, 21 de septiembre de 2010

Giros, explosiones

Puede haberlas leído, visto y hasta dicho cientos de veces, pero es recién hoy que esas palabras adquieren, de pronto y en otro idioma, un sentido que no había advertido. El caso es que los pueblos anglohablantes, cuando mentan el famoso flechazo de Cupido, aluden literalmente a una caída.

Aunque desconoce la validez lingüística de su deducción, la construcción to fall in love se le antoja reveladora. De inmediato ese verbo le dispara las asociaciones más evidentes y pueriles:

¿será el amor un tropiezo, un accidente?
¿una celada para incautos?
¿un foso, una prisión?


Una visión original del asunto está al comienzo de la canción "The Puzzle":

I walked into love. I walked into a mine field I'd never heard of.





El amor puede entonces ser también un campo minado. Y entrar en sus dominios es arriesgarnos a cada instante a ser destruidos por una explosión.

(Metáfora extrema, la de Ane Brun.)

lunes, 30 de agosto de 2010

Juegos

Camina distraídamente por el borde de la plaza cuando alguien al pasar lo detiene para preguntarle por una dirección. Será cosa sencilla responderle, ese lugar está muy cerca de donde ellos se encuentran ahora. Por eso de inmediato se da la vuelta y, en diagonal y a través de los árboles, señala un punto visible, unos cien metros más allá. 

Desde que su cuerpo inició el movimiento giratorio, mientras extendía su brazo, hasta que su dedo acabó de alinearse al objetivo, e incluso ahora, ya pasados los primeros instantes de quietud de su nueva postura indicante, ha estado pensado en qué va a decirle al otro, las pocas palabras que resumirán la información pedida. 

Podría por ejemplo decir: "Alli, donde apunta mi dedo". 
O: "A mitad de esa cuadra". 
O: "Es el edificio que está al costado de la iglesia". 

Pero en cambio queda mudo unos instantes. 

Ha formulado en su conciencia esas tres frases pero no logra articular palabra. Como si esas  respuestas tan simples, no idénticas pero tan parecidas en su sentido, pugnaran por salir de su boca al mismo tiempo y la imposibilidad de decidirse por una sola lo paralizara: tres frases como vacas bobas atascadas en la manga.

Y entonces procura el artilugio de verse desde afuera (¿quizás un poco desde arriba?) como si la escena le ocurriese a otro: modesto intento de escapar a los juegos que su mente,  a veces, le plantea.

domingo, 22 de agosto de 2010

Valor

(Contribuye a tu buen ánimo un atardecer de domingo que, por ejemplo,  tu equipo haya ganado. O que vos te hayas dejado ganar por un poema como éste de Erri De Luca. Disculpas si la traducción no está a la altura.) 

Considero valor cada forma de vida, la nieve, la frutilla, la mosca.
Considero valor el reino mineral, la asamblea de las estrellas.
Considero valor el vino mientras dura la comida,
una sonrisa involuntaria,
el cansancio de quien no se ha reservado,
dos viejos que se aman.
Considero valor aquello que mañana no valdrá más nada y aquello que hoy vale todavía poco.
Considero valor todas las heridas.
Considero valor ahorrar agua,
reparar un par de zapatos,
callar a tiempo, acudir a un grito,
pedir permiso antes de sentarse,
sentir gratitud sin recordar de qué.
Considero valor saber en una habitación dónde está el norte,
cuál es el nombre del viento que está secando la ropa.
Considero valor el viaje del vagabundo,
la clausura de la monja, 
la paciencia del condenado, cualquiera sea la culpa.
Considero valor el uso del verbo amar y la hipótesis de que exista un creador.
Muchos de estos valores no los he conocido.

Erri De Luca -  "Opere sull'acqua e altre poesie"



VALORE


Considero valore ogni forma di vita, la neve, la fragola, la mosca.
Considero valore il regno minerale, l'assemblea delle stelle.
Considero valore il vino finché dura il pasto,
un sorriso involontario,
la stanchezza di chi non si è risparmiato,
due vecchi che si amano.
Considero valore quello che domani non varrà più niente e quello che oggi vale
ancora poco.
Considero valore tutte le ferite.
Considero valore risparmiare acqua,
riparare un paio di scarpe,
tacere in tempo, accorrere a un grido,
chiedere permesso prima di sedersi,
provare gratitudine senza ricordarsi di che.
Considero valore sapere in una stanza dov'è il nord,
qual'è il nome del vento che sta asciugando il bucato.
Considero valore il viaggio del vagabondo,
la clausura della monaca,
la pazienza del condannato, qualunque colpa sia.
Considero valore l'uso del verbo amare e l'ipotesi che esista un creatore.
Molti di questi valori non ho conosciuto.

lunes, 16 de agosto de 2010

¿Cómo, Ros?

(Lo cuenta el sudafricano J. M. Coetzee, Nobel de Literatura 2003, en su autobiografía.)

Ros utiliza la misma navaja para castrar a los corderos. Él también observa ese acontecimiento. Acorralan a los corderos jóvenes y a las madres, y los meten en el cercado. Después Ros se mueve entre ellos, va cogiendo corderos al paso por las patas traseras, uno a uno, los sujeta contra el suelo mientras balan atemorizados, gimen con desesperación, y les abre el escroto. Agacha la cabeza, agarra los testículos con los dientes y los arranca. Parecen dos pequeñas medusas que arrastran vasos sanguíneos azules y rojos.

"Infancia", J. M. Coetzee

viernes, 30 de julio de 2010

Natura

I. 

Seguir un sendero angosto al ras de la tierra hasta descubrirlo en un claro, tomar carrera corta, lanzar un potente puntapié que rompa el montículo, la entrada al hormiguero: esto lo ha aprendido el chico mucho antes de saber nada sobre las hormigas.

Porque el primer impulso es jugar al semidiós, un gigante caprichoso que introduce el caos sólo para ver qué pasa, y lo que pasa son miles de bichitos de repente a la intemperie, corriendo sobre un desparramo de terrones derrumbados. En un segundo, el orden de ese mundo se les ha venido encima y el chico entonces se deleita contemplando cómo, pequeña gran maravilla, de a poco esos bichitos se las arreglan para sortear el cataclismo. 

Más tarde el mismo chico entenderá mejor ese microcosmos. Sabrá por ejemplo que la hormiga es una criatura social, que se cría como obrera o reina, que algunas reinas pueden vivir décadas - más que su perro o su gato - y que sólo se ocupan de multiplicar los individuos, que a los cientos de miles de individuos de una colonia no hay nadie que los mande y no obstante todos ejecutan un rol preciso - rol que puede cambiar según la circunstancia, que cientos o miles de colonias a su vez pueden estar en contacto y cooperar...

La evolución ha creado una inteligencia que supera al individuo, millones de años antes antes de llegar al homo sapiens. Las diminutas criaturas exhiben su ensamble complejísimo y perfecto, hasta el punto de asociar su miríada de ínfimos cuerpos para funcionar como un único supraorganismo. Millones de cerebros que son uno.  


Lo medita un poco, se maravilla y enmudece.


II.

El hombre reflexiona sobre algunos de sus propios mecanismos mentales. Intenta, por ejemplo, recordar el nombre de alguien cuyo rostro se le representa claro en la imaginación. Nada, no hay caso, el nombre no flota en la superficie, está olvidado.

Sin embargo, algún resto del recuerdo permanece visible, él está seguro de que el nombre empieza con la letra hache o quizá con eme, ninguna otra; recrea el sonido aproximado de ese nombre ausente, postula su número de sílabas más probable.

Da inicio así al tozudo procedimiento de estrujarse la conciencia, como moviendo en algunas direcciones elegidas de antemano una linterna en un gran galpón en penumbras, en pos de iluminar la punta de un ovillo que seguro está ahí, invisible y cercano. Agrega más letras, prueba acoplarlas una a una siguiendo el orden del abecedario, ensaya combinaciones para dar con la clave que abra el cofre.

No se sorprende cuando más temprano que tarde el aparente azar del método produce el milagro, la técnica funciona aunque no imagine cómo. El hombre queda al fin con la acostumbrada sensación de admiración y reverencia ante esa magia al alcance de su mano. 


Lo medita un poco, se maravilla y enmudece.

martes, 20 de julio de 2010

Pensándolo en frío

I. 
 
El clima extremo sobrevuela las conversaciones y nos envuelve en innecesarias repeticiones de lo obvio. Comentaba ayer en otro blog cómo me rebela la expansión de conceptos borrosos, tal la omnipresente cháchara en torno a la sensación térmica.  Siempre que la subjetividad de tal sensación entra en escena es para empeorar las cosas. No está en la naturaleza de esta sesgada invención conceptual corregir también hacia el lado benévolo; así, digamos que jamás será posible un bendecido día en que los 10 °C bajo cero nos parecerán, por azar de otros factores, menos rigurosos. 
 
Me cuestiono entonces la real utilidad de una idea cuya evidente intención es acentuar sólo nuestra sensación de incomodidad, mientras astutamente enmascara el hecho de que a la hora de sentir  todos lo hacemos de un modo individual y diverso. Una idea que sólo nos refuerza la percepción del malestar, una muestra más de lo que el psicólogo Paul Watzlawick definió, en su ensayo breve "El arte de complicarse la vida", como la gratuita, nada inocua y muy común inclinación de nuestra subjetividad a interpretar la realidad de la peor forma posible. 


II.  


Afortunadamente el frío también sabe inspirar belleza. Eso hizo con Nikki Giovanni, artista y activista afroamericana contemporánea,  que escribió su "Winter Poem", y con  Radka Toneff, que en breve vida de treinta años  alcanzó con su arte la altura de los que perduran.




Winter Poem

once a snowflake fell
on my brow and i loved
it so much and i kissed
it and it was happy and called its cousins
and brothers and a web
of snow engulfed me then
i reached to love them all
and i squeezed them and they became
a spring rain and i stood perfectly
still and was a flower

miércoles, 7 de julio de 2010

De libre interpretación

I.


Hace un par de sábados acudo a la librería para cambiar un vale-obsequio de 80 pesos. Llego con una idea de qué llevar, será "Dublinesca" de Vila-Matas. Cuesta 79. Dispuesto a no regalar 1 peso (!) decido agregar algo más a mi compra.  Miro un poco y descubro un librito de Mario Bunge, recopilación de artículos breves. Abro al azar y leo (pág. 96):


Parafraseando la famosa confesión de San Agustín sobre el tiempo, si no me preguntan qué es (la elegancia), sé lo que es. Pero si me lo preguntan, no sé qué responder.


Listo, llevo éste también.

Ya en casa, en la lectura de "Dublinesca" llego a la página 42. Se describe allí una escena de una película de Antonioni (que no ví). Textualmente habla de "una mujer perdida en un paisaje industrial hermético". En una de esas frecuentes asociaciones libres de la mente, visualizo con singular precisión un lugar: es el puerto de Amberes, que recorrí a pie durante horas muchos años atrás un domingo en que no tenía otra cosa mejor que hacer. ¿Por qué recordé entonces Amberes? No hay nada en esa página que hable de esa ciudad, ni de un puerto, ni de Bélgica.
 

Dos páginas más adelante, en el tercer párrafo, leo:


Un día, en Amberes...


Esa mención a Amberes no viene a cuento de nada, no hace a la trama posterior ni previa. ¿Por qué pensé hace dos minutos en Amberes y ahora que se nombra una ciudad tiene que ser, entre todas las posibles, precisamente ésta? ¿Por qué pienso que presentí esa aparición?

Más adelante (pág. 84) me topo con la siguiente reflexión:



Tal vez le contestaría a la manera de San Agustin cuando le pidieron que dijera qué era el tiempo para él: "Si no me lo preguntan, lo sé, pero si me lo preguntan, no sé explicarlo."


II.


Las casualidades son uno de los temas en "The Red Notebook", de Paul Auster. Allí el autor cuenta algunas muy difíciles de explicar que le sucedieron. Las que aquí anoto, sin mayor pretensión ni consecuencia, me mueven sin embargo a preguntarme:

¿Cuál es la probabilidad asociada al evento de evocar un lugar y verlo escrito dos minutos más tarde, sin vínculos evidentes que induzcan a pensar en él?

¿Cuál es la probabilidad asociada al evento de comprar en un mismo momento dos libros no relacionados, de temas y autores completamente diferentes, uno publicado en 2006 y otro en 2010,  y que ambos contengan exactamente la misma frase?


Estaría más tranquilo si esto no hubiese sucedido. 


O si supiera que son sólo coincidencias.

miércoles, 30 de junio de 2010

Ojos

Por estos días son pocas las caras que se ven temprano en el parque, ahora que el frío se ha instalado. Algunos corremos, otros caminan, hay dueños que pasean a sus perros y hay también no pocos perros sin dueño a la vista.

Ella está junto a un banco blanco. Sólo quienes la conocen se animan a acercársele y acariciarla. G., que es una especie de hada protectora de los perros abandonados, le lleva alimento y hasta le acerca cada noche una manta.

No es imposible recibir un ataque inesperado, eso G. lo supo este verano y yo pude ver la marca de la profunda mordida en su brazo. Sin embargo nadie la considera peligrosa, mucho menos G.


Casi nunca, desde hace meses, la veo lejos de ese banco. Día y noche. Alguien me ha dicho que allí mismo su pobre amo se quitó la vida.

Y si bien me doy cuenta de que esta es una historia que parece cuento yo, al verle los ojos, me la creo.

lunes, 21 de junio de 2010

21/6




Oh, dignísimo rey del cielo nuestro, parece protestar la insigne loba, ¿porqué tu presencia hoy es tan rácana, que apenas nos alumbras y tu calor no alcanza a entibiarnos la piel? ¿Tres meses tendremos que aguardar el regreso de tu radiante abrazo?

(Acabo de incorporar el adjetivo "rácano" a mi vocabulario, leyendo las crónicas futboleras de Sudáfrica. Efectos secundarios de un Mundial. )

jueves, 17 de junio de 2010

Eu sou leninista

Pobres los que cargan con nombres demasiado pesados. Como mi antiguo conocido Sócrates X. que, cruel ironía, en sus larguísimas intervenciones en las reuniones de estudiantes en B. solía argumentar con una lógica tan confusa que a veces costaba contener la risa.

En caso de que tu padre, con firme fervor comunista, te haya bautizado (¡!) Lenin, no te quedarán muchas opciones para afirmar tu "ser en el mundo" sin sucumbir bajo el peso de esa piedra. Salvo que se te dé por la música, y cuentes con el inconmensurable talento de este autor y cantante nacido en el nordeste brasileño.

Entre no menos de diez temas de Lenine que amo, elijo hoy, para tener cerca, éste: a) por su original letra (un extenso catálogo de musas inspiradoras), b) porque Lenine lo canta con alma y vida, y c) por hacer la percusión Ramiro Musotto, un argentino de La Plata  que, tan luego entre brasileños, desarrolló una notable carrera como artífice de ritmos y a quien la muerte llevó demasiado joven.

Lenine - Todas Elas Juntas Num Só Ser



Só você,
Hoje eu canto só você;
Só você,
Que eu quero porque quero, por querer.

jueves, 10 de junio de 2010

Del diario de la colmena

Enero

En alocución televisada a todas las filiales, el director de la compañía informa sobre el estado de las cosas. Discurso brillante, motivador. Será, otra vez, un año pleno de desafíos (el mundo, el contexto, los accionistas...). Manos a la obra, estamos preparados.
Confiamos en nuestra gente, nuestro principal recurso. (Sin duda.)



Marzo

En alocución televisada a todas las filiales, el director de la compañía alude tangencialmente a la aparición de ciertas turbulencias momentáneas. Discurso preciso, enérgico. Necesidad de corregir previsiones y acotar pronósticos. Algunas restricciones presupuestarias. Se hará el todo el esfuerzo posible. Nada hay que temer.
Confiamos en nuestra gente, nuestro principal recurso. (Por supuesto.)



Julio

En alocución (etc., etc.), el director de la compañía explica minuciosamente cómo el hielo diminuto devino considerable témpano. Discurso impecable, afilado. Con lógica irrefutable insta a la austeridad y al máximo compromiso.
Confiamos en nuestra gente, nuestro principal recurso. (Sí, obviamente.)



Octubre

No hay televisación esta vez. A través de un escueto correo electrónico, la dirección de la compañía informa que ha decidido prescindir de una parte estimable de su principal recurso. Con gran dolor. (Naturalmente.)



Diciembre

En alocución televisada a todas las filiales, el nuevo director (el anterior ha partido antes de lo previsto, se deduce que ha sido llamado a nuevos y mayores desafíos), con algo menos de brillo en sus palabras y algo más de aparente bonhomía que su predecesor, pero con idéntica firmeza y optimismo, define el nuevo paradigma. La tormenta ha pasado, declara exultante, un gran futuro nos espera.
Seguimos confiando en nuestra gente, nuestro principal recurso. (Amén.)

lunes, 31 de mayo de 2010

Tres galgos en un bar

Antiguo, más que nada vetusto, el bar “Los Galgos” ocupa desde 1930 la esquina de Lavalle y Callao, frente al colegio de los jesuitas. Impertérrito, se opone orgulloso a modas de fast coffee, a clones de aroma-coffeestore-martínez-starbucks, al anzuelo de atractivas camareras que más que servir recitan un papel.



Aquí todo es arquetípicamente porteño: los mozos de chaqueta blanca y rostro impasible, el cajero anciano, el café con gusto a café, la decoración kitsch, el teléfono público que no funciona, algún cuadro alusivo. Salvo un televisor a color, poco nos persuade de que no hemos retrocedido en un instante medio siglo.

El nombre, según leo, remite a la pasión que su fundador, un inmigrante asturiano, tenía por las carreras de perros. Un galgo blanco de cerámica nos mira condescendiente desde arriba del salón.


Y yo, con cierto ánimo redundante, sumo al lugar dos galgos broncíneos, imagen de otros que no se olvidan, para que la lectura de la maravillosa novela de Sara Gallardo se potencie.

Free counter and web stats