I.
El taxi atraviesa el centro a marcha lenta. T. me cuenta cómo era ese mismo barrio en su juventud, unos sesenta años antes: me indica el edificio donde estaba su oficina, el bar Paulista que él frecuentaba, y me señala la esquina de amplio frente que supuestamente inspiró a Fernández Moreno aquello de setenta balcones y ninguna flor (en rápida cuenta compruebo que los balcones reales incluso superan esa cifra). Luego bajamos del taxi y caminamos unas pocas cuadras hasta el hospital.
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T. aguarda su turno para ser atendido, yo me pierdo observando las fisonomías de la gente. En correspondencia con el lugar, la muestra poblacional tiene evidente sesgo hacia la ancianidad. Quizá sea por eso que me sorprende especialmente esa mujer en silla de ruedas, una única pierna sin músculo ninguno, se transparenta la pura forma del hueso; sin embargo su rostro, que tiene un franco aire a la cantante mexicana Chavela Vargas, irradia una energía desbordante cuando habla con su acompañante. Me fascina la firmeza de esos ojos que desmienten la mortecina luz de su cuerpo.
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Los análisis revelan a un parco especialista que T. no ha empeorado. Las largas internaciones, dos años antes, fueron el punto más bajo. Me represento entonces esas habitaciones austeras, ese encierro que hasta hoy he visto pero no he padecido.
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Es curioso, John Banville hace decir al protagonista de "The Sea" que prefiere las habitaciones de hospital a las de los hoteles, encuentra a las primeras más humanas, menos impersonales. Siente el personaje que las habitaciones de hotel nos ofrecen todo el confort pero en secreto buscan que nos vayamos de ellas, no intentan retenernos. No sé qué hoteles habrá tenido en mente Banville al escribir tal cosa, pero no me cabe duda que no se figuró la modesta condición de este hospital porteño.
II.
(Leída hace años, me quedó grabada esta frase. Y cada vez que el ánimo decae, es bueno que me la repita).
En sus diarios, el suizo Max Frisch (1911 - 1991) consigna su hallazgo, en paseo por Portofino, de una tumba cuya placa de mármol reza:
"Qui la bellezza del mondo sorrise per l'ultima volta a Francesco Pisani. 8.9.1941".
("Aquí la belleza del mundo sonrió por última vez a ...")
Por fin un epitafio - reflexiona Frisch - que no ofende la vida y la honra; sin la permutación obscena, sin la cobarde glorificación de la muerte.