viernes, 27 de mayo de 2011

Teresa Wilms Montt

(Leyendo "El mal de Montano", de Enrique Vila-Matas, me entero de la existencia de esta singular mujer. Busco en la web algunos datos de su vida.)

Nace en Viña del Mar, en 1893, en una familia acomodada. Institutrices y profesores particulares la educan. A los 17 se casa. A los 18, nace su primera hija, a los 20 la segunda. Feminista, anarquista, masona. Su marido se revela alcohólico, jugador y violento. Teresa se hace amante del primo de su marido. Un tribunal familiar condena ese adulterio con la separación de sus hijas y su encierro en el Convento de la Preciosa Sangre. Teresa tiene 22 años. Comienza a escribir. Primer intento de suicidio. Escapa a Buenos Aires, se relaciona con artistas bohemios, publica sus poemas. Un pretendiente argentino, al verse rechazado, se suicida frente a ella. Siguientes etapas: Barcelona, New York. En París reencuentra a sus hijas después de cinco años sin verlas. Al partir éstas, el dolor la enferma. El 24 de Diciembre de 1921 toma Veronal y muere con apenas veintiocho años.

Mi opinión sobre las mujeres es tristísima y muchas veces me avergüenzo de ser mujer...  Sin ser malas, lo aparentan, son débiles, orgullosas, profundamente estúpidas y vanas. ¡Son animales de costumbre!

Los hombres, son malos de veras, viciosos, insensibles y egoístas. Son incapaces de un sentimiento delicado, que no sea para ellos mismos; pero son superiores... Cuando los veo elegantísimos, irreprochables, diviso a través de su indumentaria al mono, a la bestia carnívora, hambrienta y lujuriosa. 
  
Hay en mi alma un pozo muerto, donde no se refleja el sol, y del que huyen los pájaros con terrores de virgen ante un misterio de cadáveres.

Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había. Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido. Morir, después de haber sentido y no ser nada...




(¿Qué dicen esos ojos?)

domingo, 22 de mayo de 2011

Principio de incertidumbre

Para los años que llevo en esto que llaman vida, debo admitir que mis certezas sobre asuntos mundanos son, comparativamente, bastante escasas. No consigo dar por ciertas muchas más cosas ahora que a mis veinte, cuando pensaba que con el tiempo las seguridades se irían acumulando de modo natural. 

De muchos asuntos no tengo opinión siquiera, y sobre decenas de temas de actualidad, si me urgen, podría llegar a afirmar tanto una cosa como su opuesto. Requiere tiempo entender, pero no un tiempo que simplemente pase sino uno dedicado a reflexionar sobre las cuestiones, a contrastar respuestas y enriquecer la mirada. Cada vez me cuesta más digerir las posiciones irreductibles, las certezas sin grieta, los juicios tajantes. Blanco o negro, conmigo o contra mí, ése no es mi mundo. 

Por eso, lo que hoy publica en su blog Javier Marías expresa, si bien con una claridad y excelencia por completo superiores a mis posibilidades, exactamente lo que pienso.  "Sin dudamente".

viernes, 13 de mayo de 2011

Invisible

El pasajero que acaba de descender del avión aguarda por su equipaje al costado de la cinta transportadora. Cuando la cinta se pone en movimiento aparecen valijas, paquetes, bolsos, un carrito de bebé... Él espera paciente. Al cabo de diez minutos ya todos han encontrado lo suyo y se han ido, sólo quedan dando vueltas sobre la cinta tres piezas que nadie ha reclamado: una valija verde claro, otra azul oscuro, una caja negra. No está ahí su valija, que es negra. 

Algo nervioso, acude al mostrador de reclamos. Lo atienden amablemente, él declara que falta su equipaje. La empleada, no obstante sugerir la posibilidad de que otra persona lo haya tomado por error, ante la insistencia del pasajero lo acompaña hasta la cinta. Él entonces le explica que de las únicas dos valijas a la vista, una color verde claro y otra azul oscuro, ninguna es la suya, que es negra. 

Para reforzar su argumento invita a la empelada a verificar los números de las etiquetas. Y ahí sucede lo curioso: los números de la valija azul oscuro son exactamente los de su ticket. Esa valija suya que siempre ha tenido por negra es indudablemente azul.


Unos años antes...

Viajando en auto por una ruta cercana a la ciudad, pinchazo. Estaciona, desciende, saca el crique, la llave cruz, levanta el auto, afloja y saca las tuercas. Toma la rueda para sacarla, está trabada. Hace toda la fuerza que puede, la rueda no sale. 

Se incorpora, habla con su acompañante, le explica que algo impide el libre movimiento de la rueda, no sabe qué pueda ser, deberían llamar a un auxilio mecánico - una molestia adicional, está en un descampado, no es época de celulares todavía. 

Sin saber bien qué hacer vuelve a sentarse frente a la rueda cuando, de pronto, al mirar por enésima vez lo mismo, sus ojos ven: ven que todavía hay una tuerca que permanece firme en su sitio. Tan sencillo. Esa tuerca siempre estuvo ahí, bien a la vista. Pero fue invisible para él.

jueves, 5 de mayo de 2011

Detalles sin importancia

En la familia de aquí se decía que G., hermano de mi abuelo y del abuelo de A.,  y al igual que ellos nacido en un pequeño pueblo de Sicilia, había sido anarquista.  Había llegado a la Argentina, a principios de los años treinta, huyendo tras matar a un hombre que lo amenazaba por ser G. antifascista. El largo brazo del duce lo había recapturado en una ciudad del sur bonaerense; G. no se había resistido, no obstante ser - se afirmaba - un excelente tirador. Tras ser devuelto a su patria y a fin de escapar a las crueles cárceles fascistas o incluso al fusilamiento G. se había fingido loco, logrando de ese modo acabar sus días en un psiquiátrico. 

Triste destino de un hombre íntegro. No dejábamos de sentir un cierto orgullo al saber que para ese tío abuelo nuestro los ideales habían valido más que la libertad.


Hace unos meses, viajó A. al pueblo de nacimiento de nuestros abuelos. Hablando con los de allá del común antepasado G., le refieren una historia ligeramente diferente. G., dicen los de allá, no había sido anarquista, tampoco había matado a nadie por razones políticas o en legítima defensa. Consignan en cambio que G. había sido colaborador o miembro pleno de cierta sociedad secreta originaria de la isla (y célebre también fuera de ella). Aseguran además que alguien había amenazado a G. con denunciar a la policía ese vínculo, amenaza cuya posibilidad de concreción G. juzgó prudente cancelar. G. - recordemos - era un excelente tirador.

Si se prescinde de las pequeñas diferencias mencionadas, podría afirmarse que ambas historias, en lo esencial, cuentan lo mismo. O casi.

domingo, 1 de mayo de 2011

Oigo voces

I.

Primero de Mayo. El despertador me saca a las siete de algún sueño que ya no recuerdo. Podría haber seguido en la cama un par de horas más, hoy es feriado total, está nublado, frío y ventoso, nada invita a salir. Pero a las diez hay una carrerita de 21 K, no estoy muy en forma, de todos modos tengo ganas de hacerla. Allá voy entonces. 

En la largada me reencuentro con varios de los participantes habituales, el clima previo es siempre lo mejor, la energía de los demás también acrecienta la propia. Mi número es el 910, hay bastante más gente de lo que hubiese esperado. 

¿Qué nos impulsa a correr? A unos poquísimos, el afán de competir y ganar. No es mi caso, por supuesto, demasiado lento para esa ambición. Compito sólo contra mí. Algunas razones de esta actividad, que los que no hacen ven como pérdida de tiempo o, en el extremo, autoflagelación, las explica muy bien el novelista Haruki Murakami  en su ensayo "De qué hablo cuando hablo de correr".  También está la psicologizada interpretación de mi conocida Ch.: los que corren después de los cuarenta buscan en realidad huir. ¿De qué estoy huyendo, entonces? No lo sé, no lo analizo: me divierto, me hace bien, me basta con eso.

10:15 partimos. Hasta la mitad del recorrido es terreno conocido, luego será terra incognita. Mis primeros diez kilómetros pasan fácil. Del diez al trece entramos en una condenada pendiente ascendente, no muy pronunciada, lo suficiente para que la voz interior inicie una protesta: qué hago aquí, por qué no estar en casita tomando tranquilo un café... Hacerle oidos sordos a esa voz es imprescindible para seguir.

Luego, todo lo que se ha subido hay que bajarlo, si bien frenarse cuesta abajo tampoco es tan sencillo. Aplausos y gritos - los vecinos en esquinas, delante de sus casas o desde algún balcón son generosos y alientan a todo el que pasa - me alegran y me alivian el esfuerzo. (En honor a la verdad también nos encontramos con automovilistas demorados en algunos cruces para dejar pasar a los competidores, cuyos  bocinazos no parecen de aliento sino todo lo contrario.) Kilómetro 18, el ánimo comienza a prevalecer sobre la fatiga, kilómetro 20, ya se siente casi la euforia de la meta, ahí está a la vista el arco del 21, llegamos. Al final, el cronómetro importa poco, son casi dos horas, ahora no hay más que colgarse la medallita conmemorativa de la participación, caminar unos pasos, reponer líquido, cambiar vivencias con los demás, sentarse unos minutos disfrutando el cansancio profundo y parejo, volver reconfortado a casa.


II.

A la tarde, oyendo / viendo a Roberta Sá. Una de esas voces nacidas para sambar. No es una nueva Elis Regina, Elis no tiene reemplazo, mas dejando de lado comparaciones, es muy bueno lo que hace esta muchacha. 

Esa voz dulce, esa sonrisa, esa gracia irresistible, cuántos dones recibiste, Roberta...




En calles, en plazas, en circos, en bancos de jardín,
Corriendo en lo oscuro,
Mi foto en los muros
Ya van a saber de mí,
Mambembe, gitano,
Debajo del puente, cantando,
Bajo la tierra, cantando,
En boca del pueblo, cantando.

Mendigo, malandra, negrito, mulato, marginal,

Esclavo evadido
O loco perdido
Voy a hacer mi festival,
Mambembe, gitano,
Debajo del puente, cantando,
Bajo la tierra, cantando,
En boca del pueblo, cantando.

Poeta, payaso, pirata, corisco, errante judío,

Durmiendo en la calle
- no es nada no es nada
Y ese mundo es todo mío,
Mambembe, gitano,
De bajo del puente, cantando,
Bajo la tierra, cantando,
En boca del pueblo, cantando.

"Mambembe" - Chico Buarque
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