miércoles, 12 de marzo de 2014

Autoayuda

Durante el ascenso, bajo la generosa sombra de los alerces, nos encontramos con pocos animales, los más repetidos son unas lagartijas diminutas que se quedan quietas al menor ruido. Se oyen y se dejan ver algunos pájaros. En las lagunas, molestos tábanos e infaltables chaquetas amarillas, esas avispas con predilección por la carne. Unos caballos, un par de perros que los siguen, un corral con tres o cuatro vacas. En largos trechos sólo nosotros quebramos el silencio. Cruzamos muy pocos humanos por los senderos, arriba en los refugios seremos no más de cuarenta.

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Noche en la montaña. Cielo despejado, luna ausente. El ojo desnudo percibe infinidad de estrellas y una gran franja blanca de pura luz, sin puntos distinguibles. Dos de nuestro grupo se ponen a especular sobre la exacta ubicación de los polos sur celeste y terrestre. Discrepan. Yo los escucho mientras observo la Cruz del Sur, el Cinturón de Orión, el Puñal, Alfa Centauro: los límites de mi breve astronomía. 

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A la espera de la hora de la cena en el refugio, nuestras caras son la imagen de la plenitud. Y también del agotamiento: el descenso de esa misma tarde - que me probó que bajar es más arduo que subir - superó en exigencia lo imaginado, el calor, el temor de pisar mal y el peso de la mochila se multiplicaron en la pendiente pedregosa, los bastones no encontraban piso firme y algunos músculos ahora me lo están haciendo sentir. La peripecia no me eximió de un par de revolcadas que me dejaron lleno de polvo. 

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Al día siguiente iremos caminando hasta el Cajón del río Azul - un cañón de roca con un río de aguas transparentes, azuladas, de belleza extraordinaria - y desde allí al nacimiento del río. 






La última tarde nos reserva el camino de regreso a la chacra de Wharton atravesando dos puentecitos colgantes con tablas desclavadas alternando con huecos, para acabar en una interminable subida rompecorazones. 

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Si alguna vez me pidieran un consejo para retemplar el alma, no dudaría: entregarse unos días a esta privilegiada geografía de montañas, valles y bosques, en la que hasta los agnósticos sentimos que un dios benevolente nos proteje. 
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