Camina distraídamente por el borde de la plaza cuando alguien al pasar lo detiene para preguntarle por una dirección. Será cosa sencilla responderle, ese lugar está muy cerca de donde ellos se encuentran ahora. Por eso de inmediato se da la vuelta y, en diagonal y a través de los árboles, señala un punto visible, unos cien metros más allá.
Desde que su cuerpo inició el movimiento giratorio, mientras extendía su brazo, hasta que su dedo acabó de alinearse al objetivo, e incluso ahora, ya pasados los primeros instantes de quietud de su nueva postura indicante, ha estado pensado en qué va a decirle al otro, las pocas palabras que resumirán la información pedida.
Podría por ejemplo decir: "Alli, donde apunta mi dedo".
O: "A mitad de esa cuadra".
O: "Es el edificio que está al costado de la iglesia".
Pero en cambio queda mudo unos instantes.
Ha formulado en su conciencia esas tres frases pero no logra articular palabra. Como si esas respuestas tan simples, no idénticas pero tan parecidas en su sentido, pugnaran por salir de su boca al mismo tiempo y la imposibilidad de decidirse por una sola lo paralizara: tres frases como vacas bobas atascadas en la manga.