jueves, 24 de febrero de 2011

Cinefilias

El cine que le encanta a A. no es el que yo prefiero. Otra generación, otros gustos. Cuando tenía la edad que ella tiene hoy, me apasionaban Tarkovsky, Bergman - aunque no lo entendiera del todo -, Resnais, el gran Federico... Una dosis de esnobismo adolescente había sin duda en mis aficiones de entonces, pero había también un genuino interés en seguir los caminos menos transitados. 



("Stalker", de Andrei Tarkovsky)


Me gustaban aquellas historias que no sólo entretenían, privilegiaba las que me hacían pensar: el goce estético e intelectual acostumbraba compensar con holgura algunos ocasionales esfuerzos de concentración. Era una salida habitual ir al "San Martín", al "Arte". O encerrarme en el vetusto “Gran Mitre” - cerca del pasaje Rivarola - y asistir en continuado a una sucesión de películas nada livianas (alguna vez fueron tres seguidas de Visconti).

Esa clase de cine ya no se hace o, si se intenta, los resultados no son los mismos. Y en cambio el cine de puro entretenimiento ha adquirido dominio imperial. Ahora sobreabundan, por ejemplo, las películas para público adolescente. Como las que ve A., una auténtica autoridad en el subgénero “historias de/con porristas”. Es habitual que me siente a su lado cuando dan una de ésas por tv: seguro ya la ha visto, no una sino varias veces, hay líneas de diálogo que se sabe de memoria, yo me dedico a hacer acotaciones tontas y ambos reímos.



("Bring it on", de... no importa)

El domingo le propuse a A. un menú inusual para ella, y allí fuimos juntos a ver “Lazos de Sangre”, cine independiente estadounidense, una trama dura, realista, narrada de un modo despojado, exactamente lo opuesto a Hollywood. Me gustó, y a ella no le pareció mal; para mí su veredicto fue una agradable sorpresa.

Igual sé que, cuando toque otra película con porristas y ambos estemos en casa, repetiremos el rito de mirarla juntos. Aunque la hayamos visto, aunque la trama sea tonta y previsible. Como tontas y previsibles seguirán siendo mis acotaciones.

sábado, 19 de febrero de 2011

Disgresión

Para el post anterior había pensado inicialmente el título "Las Afinidades Electivas", el mismo que sugiere en su comentario cr, y por las mismas razones. Eso me llevó a recordar el momento en que leí ese libro. 

Había comprado una cajita con varias obras de Goethe unos veinte años antes, pero mientras viví en la patria del autor sólo me animé a leer su Werther. Hace poco, unas vacaciones en el sur me dieron el pretexto para desempolvar - literalmente - la caja y elegir justo esa novela para llevarla conmigo. 

Tengo bien presente la escena: en los frescos atardeceres muy cerca del lago Puelo, sacaba una reposera delante de la cabaña y me quedaba leyendo hasta que la luz natural se iba, levantando cada tanto la vista de mi lectura para fijarla en la cumbre del Piltriquitrón que se recortaba contra un cielo de azul intenso - ¿hace falta más que eso para sentirse en paz con la creación?. Alternaba este libro con otro que me había prestado el dueño de las cabañas, sobre la vida de Sayhueque, último cacique mapuche en esa zona, que tuvo la mala fortuna de que su vida coincidiera en tiempo y geografía con la del general Roca. 

Vuelvo a las "Afinidades...". Goethe no sólo fue un escritor y poeta extraordinario, sino que también estaba interesado y al corriente de los conocimientos científicos de su época, incluso desarrolló una teoría de la percepción de los colores. El título, que da un sentido a la novela, está tomado del campo de la química y alude a las fuerzas que unen o separan a los elementos. Goethe extiende ese concepto a las relaciones entre los hombres, en particular al amor: su tesis es que también en ese aspecto estamos sujetos a las mismas leyes naturales. 

En palabras de uno de los personajes centrales:

“Al observar a todos los seres de la naturaleza notamos,
en primer lugar, que están en relación consigo mismos.
Ciertamente, suena extraño hablar de algo que se entiende por sí solo,
Pero recién cuando uno se ha puesto plenamente de acuerdo sobre
lo conocido se puede avanzar de forma conjunta hacia lo desconocido.” 




El matrimonio, el dominio de sí, la capacidad para dominar nuestras pasiones - o padecerlas -, la moral que nos condiciona, son los temas centrales de una obra que, aunque escrita en pleno romanticismo hace dos siglos, puede seguir interesándonos en nuestro tiempo, conmovernos y hacernos reflexionar sobre la vida.

sábado, 12 de febrero de 2011

Mapa

I.

Entré al mundo de los blogs hace poco menos de dos años, en principio como lector, un poco antes de crear este sitio. Dudaría si tuviese que decir cuál fue mi puerta de ingreso, pero sí puedo asegurar que no fue fruto de una elección razonada, no busqué ningún autor o tema en particular ni seguí una recomendación, hubo azar. Ese primer paso medio a ciegas me llevó a los siguientes, hasta que en el nuevo mundo fui reconociendo los territorios afines a mis intereses, a mi modo de leer, de pensar, de pasar el tiempo.

***

La primera persona que agregó un comentario al pie de una entrada en mar en calma, lo hizo invitada por mí, obraba en reciprocidad. De esa regla tácita de etiqueta ("te visito, me visitás") provinieron casi todos los que han pasado y dejado huella; no sé si habrá alguno que también lo haga en silencio (por cierto, me encantaría saberlo). Hubo quienes vinieron una vez y no volvieron. Y hubo también aquéllos que aparecieron un buen día y, maravillosamente, siguen volviendo.

***

Con el tiempo se construyen las afinidades, en este caso virtuales. Uno siente empatía, admiración o ambas por lo que otro muestra, entonces lo frecuenta, luego visita a los que allí conoce, de esta forma va dibujando su propio mapa. Aunque existe un patrón subyacente que determina qué nuevos elementos se irán agregando al mapa,  al inicio no se percibe más que infinitud, las elecciones de las rutas parecen casuales, arbitrarias.

Por eso me sorprendo más de una vez cuando, en tierra ajena, descubro que "a" y "b", entre quienes suponía mundos de distancia, también están vinculados. Algunas veces las conexiones son fáciles de adivinar, hay grupos de amigos, por ejemplo, conocidos de otros ámbitos, y es natural que también en el espacio virtual mantengan esos lazos. Pero me ha pasado al menos en un par de ocasiones que, no pudiendo anticipar la existencia tal vínculo, quedo mudo al descubrir que lo que imaginaba separado y lejano está interrelacionado.

***
 
(Me halaga la idea de que éste, mi pequeño atracadero, se encuentre marcado en otros mapas y  sea escala habitual de gente a la que me siento afín...

... y me entristece que - a veces - la bruma se trague algún puerto donde solía hallarme muy a gusto.)


II.

Para endulzar el sábado, música. 

Resumo mi opinión de esta versión del tema que popularizaran Jon Anderson y Vangelis como lo haría el célebre torero Jesulín de Ubrique: 

"en dos palabras: im-presionante".

a


Nota al pie: una vez que se empieza a prestar atención al ritmo que marca el baterista rubio, resultará imposible sustraerse a los formidables mazazos con los que sostiene el andamiaje de este arreglo: se mete bajo la piel. No por nada llaman a John "JR" Robinson, "the most recorded drummer in the world", como reza su website.

domingo, 6 de febrero de 2011

Una versión lógica

Esta canción de Supertramp fue un megahit allá por los '70. Yo no era fan de ellos, la voz de Hodgson me molestaba bastante, demasiado finita para mi gusto, y la música del grupo me resultaba un híbrido entre el rock, que me encantaba, y el pop, que ni fu ni fa.

A la bella holandesa Fleurine la vi en vivo cuando vino a B.A. hace unos años, con Mehldau (creo que son o fueron pareja no sólo en el arte). Tiene un modo despojado de cantar, afina perfecto, su voz no se destaca por un gran volumen pero transmite cierta calidez, cierto gusto muy personales (en fin, es mi percepción, puede discutirse). Sin duda hay influencia de Brad en el resultado. 

En particular, esta versión de "The Logical Song" me parece la música justa para la noche de otro domingo que ya acaba.

viernes, 4 de febrero de 2011

Cocina étnica

Sobre los maságetas, pueblo de Asia, contó hace veinticinco siglos en su célebre Historia el incansable viajero y reportero griego Heródoto (y cita ahora en su excelente Viajes con Heródoto el incansable viajero y reportero polaco Ryszard Kapuscinski):


No tienen término fijo para dejar de existir, pero si uno llega a ser decrépito, reuniéndose todos los parientes, le matan con una porción de reses, y cociendo su carne celebran con ella un gran banquete. Este modo de salir de la vida se considera por ellos la felicidad suprema, y si alguno muere de enfermedad, no se convida con su carne, sino que se le entierra con grandísima pesadumbre de que no haya llegado al punto de ser inmolado.




(Gente de curiosas costumbres, esos maságetas)


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