sábado, 31 de diciembre de 2011

31

En otras tierras, hoy por la noche, serán muchos los que jueguen a: colocar un pedacito de plomo en una cuchara, calentarlo sobre una vela y, ya fundido, enfriarlo de golpe en un vaso de agua. La forma resultante será interpretada como augurio de lo que les espera el próximo año. El juego es muy antiguo, aunque no tanto como la humana superstición.  

¿Balancearán en el bisiesto 2012 "las de cal" a "las de arena"? Prefiero no pensarlo en plazo tan largo, no se vive año a año sino día a día, y entonces lo sensato será hacer el esfuerzo de poner en acto, una por una, trescientas sesenta y seis veces seguidas, el antiguo precepto: 

"carpe diem"

... y si es con música, mejor:




miércoles, 30 de noviembre de 2011

Curso breve de fisiognomía


Fig. IX. 16 - Dal De humana physiognomonia libri IIII di Giambattista Della Porta


En opinión del estudioso napolitano Giambattista della Porta (1535-1615), inferir el carácter de una persona a partir de la forma de su rostro (que no otra cosa es la fisiognomía) es cosa bastante sencilla.

Veamos si no algunos ejemplos:

Naso adunco o aquilino: magnanimi e animo regale = buena gente, modelo de vecino

Naso curvo appena si stacca dalla fronte: ladro e rapace =  triunfarás, sin duda

Naso ben rilevato dalla faccia: buono, forte e prudente = apto crédito bancario

Naso grosso all’apice: pigri come il bue = ¡vago!

Naso aguzzo all’estremità: crudele, iracondo come i cani = mal bicho, aunque como gerente...

Naso tutto grosso: senza nessun sentimento, essendo il porco animale assai brutale = pobrecito


El broche de oro:

"Il naso corrisponde alla verga; ché, avendolo alcuno lungo e grosso, overo acuto e grosso, o breve, il medesimo si giudica di quella, così le nari rispondono ai testicoli."

(Si Giambattista lo dice...)

domingo, 30 de octubre de 2011

Jerga

En el cambio de turno de las 21, la enfermera de la noche recibe novedades de su colega de la tarde:

- Che, Marga, el de la 2 sigue con la medicación, el de la 4 sin cambios, la de la 6 obitó.

- Ah, sí, la de la 6 ya estaba para obitar.

(Cuando me toque, espero que la RAE no haya aceptado aun tal verbo: antes muerto que obitado.)

domingo, 2 de octubre de 2011

El alucinante mundo de los batracios

I.

Que la naturaleza está bastante bien hecha, no seré yo quien lo ponga en duda aquí. Veamos, sin ir más lejos, el maravilloso reino animal y en particular las criaturas que nos ayudan a que los humanos tengamos una vida más placentera: la vaca que nos alimenta con su leche, la oveja que nos abriga con su lana, las abejas que nos endulzan con su miel, los sapos que... mejor dicho, algunos sapos que nos dan esto que dice el músico David Byrne en sus jugosos "Diarios de bicicleta":

Según se cuenta, en los alrededores de Brisbane los perros se están haciendo adictos a lamer sapos de caña, cuya piel es venenosa, pero un simple lametón basta para que un perro se quede como drogado. Algunos desdichados canes se pasan de la raya y acaban convulsionando entre violentos espasmos, pero la mayoría ha aprendido a regular su consumo de sapo: cuando la dosis deja de hacer efecto, suelen volver a buscar más. [...] También ha muerto gente por culpa de estos sapos, ya que, al igual que les sucede a los perros, lamer su piel puede provocar alucinaciones que duran hasta una hora, y hay tipos que no son tan listos como los perros.




***

II. 

Una buena canción de David, para un día que termina.

"Home is where I want to be... "

domingo, 11 de septiembre de 2011

Curiosidades

En la reunión de antiguos compañeros de colegio se habla también, cómo no, de las ausencias forzadas. En el recuento concluimos que, del grupo original de más de treinta, son ya tres los que han dejado este mundo. Hasta ahí nada de qué sorprenderse, la vida tiene esas cosas, somos bichos mortales. Ahora lo curioso: el apellido del primero en partir comienza con A. El del segundo, con B. Y el del tercero... sí, con C. Riguroso orden de lista, pura obra del azar. En este punto, el humor negro de los presentes se exacerba. Aunque la risa del único de nosotros con inicial D. pueda parecer un tanto nerviosa.

*** 
Para lucirse en las reuniones:
floccinaucinihilipilification

Palabra inventada, se dice, en el siglo XVIII por alumnos de Eton,  pasa por ser la voz no técnica más larga del idioma inglés y significa: estimar que algo carece de valor

domingo, 21 de agosto de 2011

Canción de la infancia

Busco el poema de Peter Handke sobre el ser niño y evoco a S., el viejo profesor que tenía una academia de idiomas en Callao y Corrientes, un primer piso antiguo en la esquina que entonces ocupaba una tradicional cervecería, hoy pizzería-café. Entrar a la recepción era, antes de verla, oler la presencia de Kleff, un perro ovejero de lento andar, que ocasionalmente interrumpía su indiferencia con un potente ladrido de fastidio. 

S., alemán casado con francesa, inmigrante en los años veinte - según decía, había huido de su pueblo por un asunto de polleras -  lucía una formalidad algo ajada: un saco gris raido, una camisa blanca con el cuello desprolijo y una corbata oscura. Era un tipo noble, y nuestra inicialmente acotada relación maestro - alumno devino en amistad e interminables charlas sobre la vida y el mundo. 

Con él leíamos algunos textos clásicos de su lengua, admiraba a Goethe, a Schiller y a Heine, se sentía paisano de Hesse (habían nacido en la misma región), valoraba la solidez de Thomas Mann, mientras que Kafka lo intranquilizaba. Cierto día me aparecí con un relato del austriaco Handke, a quien yo apenas conocía, y todavía se me representa su ceño fruncido ante lo que consideraba un estilo detestablemente provocador y demasiado moderno. 

S. no llegó a conocer este poema que transcribo, quizá le hubiese hecho cambiar su veredicto. 

(O tampoco.)

* * *

Canción de la infancia -  Peter Handke (*)

Cuando el niño era niño
andaba con los brazos colgando
pretendía que el arroyo fuese un río
el río un torrente
y esta charca el mar.

Cuando el niño era niño
no sabía que era niño
todo le parecía provisto de alma
y todas las almas eran una.

Cuando el niño era niño
sobre nada tenía una opinión
no tenía ningún hábito
a menudo se sentaba en cuclillas
salía corriendo
tenía un remolino en el pelo
y no ponía un gesto para ser fotografiado.

Cuando el niño era niño
era el tiempo de las siguientes preguntas:
¿Por qué yo soy yo y por qué no vos?
¿Por qué estoy aquí y por qué no allá?
¿Cuándo comenzó el tiempo y dónde termina el espacio?
¿No es la vida bajo el sol acaso simplemente un sueño?
¿No es esto que veo y oigo y huelo 
acaso sólo la apariencia de un mundo delante del mundo?
¿Existe realmente el mal y gente
que verdaderamente son los malos?
¿Cómo puede ser que yo, que soy,
no exitiese antes de llegar a ser
y que algún día yo, que soy,
no sea más el que soy?

Cuando el niño era niño
le asqueaban la espinaca, las arvejas, el arroz con leche
y el coliflor al vapor
y ahora come todo eso y no sólo por necesidad.

Cuando el niño era niño
se despertó una vez en cama extraña
y ahora a cada rato,
muchas personas le parecían hermosas
y ahora sólo unas pocas, con suerte,
se imaginaba claramente el paraíso
y ahora apenas puede sospecharlo,
no podía pensar nada de la Nada,
y ahora le da escalofríos.

Cuando el niño era niño
jugaba con entusiasmo
y ahora, tan concentrado en la cosa como antes, solamente
si esa cosa es su trabajo.

Cuando el niño era niño
le bastaban para alimentarse manzanas, pan,
y así es hoy todavía.

Cuando el niño era niño
las frutillas le caían en las manos cómo sólo hacen las frutillas
y así es hoy todavía,
ls nueces frescas le ponían la lengua áspera
y así es hoy todavía,
ante cada montaña
tenía siempre el anhelo de una montaña más alta,
y en cada ciudad
el anhelo de una ciudad aun más grande,
y así es hoy todavía,
alcanzaba las cerezas de la copa de un árbol con una excitación
que siente hoy todavía.

Era tímido ante los extraños
y lo es hoy todavía,
aguardaba expectante la primera nevada,
y así la espera hoy todavía.

Cuando el niño era niño,
arrojó un palo como lanza contra un árbol,
y ella tiembla ahí hoy todavía.

(*) Este poema abre el film "Las Alas del Deseo", de Wim Wenders.

domingo, 31 de julio de 2011

Desconfiando

Como quedé con A. en visitarla a la hora del té y estoy llegando antes de lo previsto, bajo del subte una estación antes, Acoyte, y camino por Rivadavia hacia Primera Junta. Esa parte del  barrio donde viví hasta mis veintipico ha cambiado bastante desde entonces, de los antiguos locales comerciales apenas reconozco un par, y entre ellos no está el que más me importaba cuando era un chico, "1810", la maravillosa juguetería. 

Cada vez que visito a A. le llevo palmeritas de "Castell's". Casi nunca fallo en pasarme de largo una cuadra, experimentar sorpresa de que la confitería no esté donde la ubicaba mi memoria, y tener que desandar el camino. Pero hoy la sorpresa es por decepción, la confitería está cerrada, y al preguntar en el negocio de al lado me confirman que el cierre es definitivo. La alternativa más cercana es "El Greco", también con larguísima historia. 

El amplio local de "El Greco" se me ha aparecido más de una vez en sueños, y por una razón específica: cierta vez fueron a remate las existencias del salón de fiestas, entre ellas dos pianos de cola. No eran instrumentos de la mejor marca (uno seguro era francés, Pleyel, el otro no recuerdo) pero aun así eran una especie de objeto de deseo para mí. No asistí luego al remate; sin embargo, el recuerdo soñado de esos pianos en el salón vacío me continuó visitando durante años, y en ese recuerdo los pianos eran míos, sin sombra de duda. 

***

Mi hermano también recuerda que una vez, siendo él muy pequeño, entró en el jardín del abuelo y arrancó todas las cebollas. El abuelo le propinó tal tunda que mi hermano aullaba y luego se puso blanco, lo que era muy raro en él, se lo confesó todo a nuestra madre y juró que nunca volvería a levantar la mano contra un niño. En realidad, mi hermano no recuerda nada de esto: ni las cebollas ni la zurra. Se limitaba a repetir la historia que nuestra madre le había contado muchas veces. Y, en efecto, si la recordara, más le valdría ser cauteloso. Como filósofo, cree que los recuerdos son con frecuencia falsos, "hasta el punto de que, de acuerdo con el principio cartesiano de la manzana podrida, no hay que fiarse de nada que no tenga algún apoyo externo." Como yo soy más confiado, o me engaño más, continuaré con mis recuerdos como si fueran verdaderos.

"Nada que temer" - Julian Barnes

viernes, 22 de julio de 2011

Falible, transitorio, transitivo

Una letra, una canción,
        que canta el corazón 
                eglógico y sencillo 
                        de quien, esta mañana,
                                se ha despertado grillo.



"Vivo"

Precario, provisorio, perecible,
Falible, transitorio, transitivo,
Efímero, fugaz y pasajero,
He aquí un vivo,
He aquí un vivo.

Impuro, imperfecto, impermanente,
Incierto, incompleto, inconstante,
Inestable, variable, emotivo,
He aquí un vivo,
He aquí...

Y a pesar:
Del tráfico, del trajín equívoco,
Del tóxico, del tránsito nocivo,
De la droga, del indigesto digestivo,
Del cáncer vil, del siervo y del servil,
De la mente, el mal doliente colectivo,
De la sangre, el mal del seropositivo,
Y a pesar de ésas y otras,
El vivo afirma, firme, afirmativo:
Lo que más vale la pena es estar vivo
Es estar vivo,
Vivo,
Es estar vivo.

No hecho, no perfecto, no completo,
No satisfecho nunca, no contento,
No acabado, no definitivo,
He aquí un vivo,
Heme aquí.

(Lenine y Fiorella Mannoia)

sábado, 9 de julio de 2011

Cuando descubrió la inmovilidad

I.

Cuando piensa en aquella casa, la primera, se le aparece ante todo su abuelo y luego un cuadro en la sala de estar.

El abuelo solía sentarse por las tardes en un sillón de esa sala, justo debajo del cuadro, y se entretenía mirando a través de la ventana la vida en la calle. El cuadro mostraba a un hombre sentado y expectante, una coincidencia que a él le había hecho suponer que el hombre del cuadro era su abuelo, aunque no se pareciesen mucho (tampoco había escuchado aún hablar de Modigliani).

En las conversaciones de los adultos había anotado mentalmente la compleja palabra arteriosclerosis, que él repetía sin entender, al parecer era una enfermedad que su abuelo tenía y, por lo que recuerda, con esa justificación o alguna parecida su madre le pedía que no se subiese a las piernas del anciano para jugar al jinete y al caballo, aunque su abuelo siempre acabara consintiéndolo.

En su memoria queda una foto que perdió hace tiempo, ellos dos sentados en el umbral de la puerta de entrada, ambos con una sonrisa.


***

Una tarde, mientras jugaba, resbaló y cayó por las escaleras. Cayó sentado, sin golpes que justificasen llanto. Uno de sus primos, que vio la escena, le preguntó si estaba bien, pero él no respondió. Salió el otro corriendo a dar su escueta versión de los hechos ("¡se cayó por la escalera y no habla!") y cundió la alarma entre los adultos, que acudieron imaginando algo grave.

Si bien era cierto que no había contestado, la única razón fue no tener ganas de hablar, a veces le pasaba: estaba demasiado cómodo allí en el descanso, contemplando inmóvil la escena, encapsulado en su silencio, mientras sentía un secreto regocijo al ver cómo los demás se agitaban por su causa. No tenía la impresión de ser actor sino sólo espectador, un espectador incluso invisible para los demás, y en su criterio daba más o menos lo mismo si participaba o no en la comedia.

Con los años, esa sensación se le volvería familiar.


II.

Distanciamiento

En los árboles ya no puedo ver árboles.
Las ramas no tienen las hojas que ofrecen al viento.
Los frutos son dulces, pero sin amor.
Ni siquiera sacian.
¿Qué pasará ahora?
Ante mis ojos huye el bosque,
ante mi oído los pájaros cierran la boca,
para mí ninguna pradera será cama.
Estoy harta del tiempo
y tengo anhelo de él.
¿Qué pasará ahora?

En las montañas arderán de noche los fuegos.
¿Debo ponerme en marcha, acercarme a todos de nuevo?

En ningún camino puedo ya ver un camino.

Ingeborg Bachmann (1926-1973)

martes, 5 de julio de 2011

À la recherche des mots perdus

Pánfilo, gaznápiro, escorcha, pastenaca: con aquellas voces que solían decirlas también se apagaron las palabras.

domingo, 26 de junio de 2011

Miramientos

Muchos hablamos con aquellos animales que más se nos acercan en la escala evolutiva, sabiéndolos dotados de un cerebro parecido al nuestro: caballos, perros, gatos, con buena voluntad podemos incluir en nuestro auditorio también pájaros o tortugas. Los llamamos por nombres propios, les damos consignas, les expresamos afecto y hasta llegamos a contarles cosas, como lo haríamos con un humano. Suponemos que son capaces de comprendernos y seguramente no nos equivocamos. Sin embargo, nuestra fe en la eficacia de la comunicación tiene un límite de clase y tamaño, son numerosas las especies vivas con las que no perdemos tiempo y pasamos a la acción directa: si la araña, la hormiga o el mosquito nos molestan, va veneno o zapatazo. 

Otro es el proceder de los budistas, consecuentes hasta el extremo con su respeto a todo ser vivo. Por ejemplo, pueden llegar a escribir una seria advertencia dirigida a los insectos, y confiar en que la correcta lectura que ellos hagan del mensaje les permitirá poner a salvo sus preciosas vidas.


(Si, por remoto azar, los bichitos anduviesen flojos en la comprensión de textos en chino o inglés, eso ya no sería culpa de los benevolentes monjes, que en ese caso les desean un feliz renacimiento).

martes, 14 de junio de 2011

Técnicas del vuelo en sueños

Al principio volaba como lo hacen los ángeles: a buena altura, bien por encima de antenas y torres, incluso alcanzando algunas nubes bajas. La falta de alas no era obstáculo, yo me desplazaba planeando sin mover un músculo, dejándome llevar por las corrientes.

(Habré dado decenas de paseos así.)

Luego cambié mi técnica, me conformaba con una cómoda flotación a ras del suelo. Esto lo manejaba en forma voluntaria: bastaba que tuviera necesidad de trasladarme para que de inmediato mi peso venciera la gravedad y me dejara con los pies suspendidos en el aire. Entonces, como atraído por una fuerza que obrase siempre, siempre a favor de mis propósitos, avanzaba despegado de la calle unos centímetros, un poco más rápido que si caminase, con las piernas quietas y mi cuerpo algo inclinado hacia adelante.

(El placer de viajar sin vehículo y sin esfuerzo era incomparable.)

Hace de esto mucho tiempo. 

(Extraño esos poderes.)


Imágenes: "Las Alas del Deseo", Wim Wenders
Canción: "River Man", Nick Drake

domingo, 5 de junio de 2011

No te voy a mentir

Mi madre, para introducir un comentario o referir un hecho, más de una vez comenzaba diciendo  "iba a contarte algo que no era mentira". Curiosa construcción gramatical, en especial considerando que ella no era, en modo alguno, aficionada a fabulaciones o engaños. 

Mi historia con la mentira es bastante simple: no se me ha dado bien nunca, aunque no niego haberla intentado. Mi gestualidad, mi nerviosismo, mi propia falta de convicción en la eventual falsedad acaban traicionándome más temprano que tarde. Y contra esa naturaleza mía poco o nada puedo hacer.

(No es el caso de todos, por supuesto. Ahí los veo: por ejemplo, a ese ex-militar recientemente capturado en los Balcanes asegurando que la horrible matanza cuya responsabilidad se le atribuye sucedió sin su aprobación, o al ex-convicto y ex-asesor de una ONG afirmando que toda su repentina y asombrosa riqueza es bienhabida, aunque no haya conseguido hasta ahora probarlo.)

Mentir es también un arte, o un oficio que se aprende.

***

El profesor Stiegnitz (aquí mi fuente) es experto en mentiras. Quiero decir, el mecanismo de la mentira es el campo de investigación de este psicólogo, incluso acuñó para su especialidad un término, mentiología.

Dice Stiegnitz: 

  • En promedio mentimos unas doscientas veces por día, la mayor parte de ellas son por supuesto casi inofensivas (excusas, elogios que no sentimos, mentiras piadosas, exageraciones). 
  • Una vida sin mentiras es imposible. Lo importante es administrar las mentiras honestamente (!).
  • Para mentir con éxito se necesita buena memoria, para no incurrir en contradicciones, y ser buen conocedor de la gente, para saber qué cosas pueden resultar creíbles para un interlocutor.
  • La mujer miente menos que el hombre, pero cuando lo hace, lo hace mejor. Y esto se debe esencialmente a que en general las mujeres son un poco más inteligentes que los hombres.

***

"No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces." 

Jorge Luis Borges - "Fragmentos de un Evangelio Apócrifo"

viernes, 27 de mayo de 2011

Teresa Wilms Montt

(Leyendo "El mal de Montano", de Enrique Vila-Matas, me entero de la existencia de esta singular mujer. Busco en la web algunos datos de su vida.)

Nace en Viña del Mar, en 1893, en una familia acomodada. Institutrices y profesores particulares la educan. A los 17 se casa. A los 18, nace su primera hija, a los 20 la segunda. Feminista, anarquista, masona. Su marido se revela alcohólico, jugador y violento. Teresa se hace amante del primo de su marido. Un tribunal familiar condena ese adulterio con la separación de sus hijas y su encierro en el Convento de la Preciosa Sangre. Teresa tiene 22 años. Comienza a escribir. Primer intento de suicidio. Escapa a Buenos Aires, se relaciona con artistas bohemios, publica sus poemas. Un pretendiente argentino, al verse rechazado, se suicida frente a ella. Siguientes etapas: Barcelona, New York. En París reencuentra a sus hijas después de cinco años sin verlas. Al partir éstas, el dolor la enferma. El 24 de Diciembre de 1921 toma Veronal y muere con apenas veintiocho años.

Mi opinión sobre las mujeres es tristísima y muchas veces me avergüenzo de ser mujer...  Sin ser malas, lo aparentan, son débiles, orgullosas, profundamente estúpidas y vanas. ¡Son animales de costumbre!

Los hombres, son malos de veras, viciosos, insensibles y egoístas. Son incapaces de un sentimiento delicado, que no sea para ellos mismos; pero son superiores... Cuando los veo elegantísimos, irreprochables, diviso a través de su indumentaria al mono, a la bestia carnívora, hambrienta y lujuriosa. 
  
Hay en mi alma un pozo muerto, donde no se refleja el sol, y del que huyen los pájaros con terrores de virgen ante un misterio de cadáveres.

Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había. Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido. Morir, después de haber sentido y no ser nada...




(¿Qué dicen esos ojos?)

domingo, 22 de mayo de 2011

Principio de incertidumbre

Para los años que llevo en esto que llaman vida, debo admitir que mis certezas sobre asuntos mundanos son, comparativamente, bastante escasas. No consigo dar por ciertas muchas más cosas ahora que a mis veinte, cuando pensaba que con el tiempo las seguridades se irían acumulando de modo natural. 

De muchos asuntos no tengo opinión siquiera, y sobre decenas de temas de actualidad, si me urgen, podría llegar a afirmar tanto una cosa como su opuesto. Requiere tiempo entender, pero no un tiempo que simplemente pase sino uno dedicado a reflexionar sobre las cuestiones, a contrastar respuestas y enriquecer la mirada. Cada vez me cuesta más digerir las posiciones irreductibles, las certezas sin grieta, los juicios tajantes. Blanco o negro, conmigo o contra mí, ése no es mi mundo. 

Por eso, lo que hoy publica en su blog Javier Marías expresa, si bien con una claridad y excelencia por completo superiores a mis posibilidades, exactamente lo que pienso.  "Sin dudamente".

viernes, 13 de mayo de 2011

Invisible

El pasajero que acaba de descender del avión aguarda por su equipaje al costado de la cinta transportadora. Cuando la cinta se pone en movimiento aparecen valijas, paquetes, bolsos, un carrito de bebé... Él espera paciente. Al cabo de diez minutos ya todos han encontrado lo suyo y se han ido, sólo quedan dando vueltas sobre la cinta tres piezas que nadie ha reclamado: una valija verde claro, otra azul oscuro, una caja negra. No está ahí su valija, que es negra. 

Algo nervioso, acude al mostrador de reclamos. Lo atienden amablemente, él declara que falta su equipaje. La empleada, no obstante sugerir la posibilidad de que otra persona lo haya tomado por error, ante la insistencia del pasajero lo acompaña hasta la cinta. Él entonces le explica que de las únicas dos valijas a la vista, una color verde claro y otra azul oscuro, ninguna es la suya, que es negra. 

Para reforzar su argumento invita a la empelada a verificar los números de las etiquetas. Y ahí sucede lo curioso: los números de la valija azul oscuro son exactamente los de su ticket. Esa valija suya que siempre ha tenido por negra es indudablemente azul.


Unos años antes...

Viajando en auto por una ruta cercana a la ciudad, pinchazo. Estaciona, desciende, saca el crique, la llave cruz, levanta el auto, afloja y saca las tuercas. Toma la rueda para sacarla, está trabada. Hace toda la fuerza que puede, la rueda no sale. 

Se incorpora, habla con su acompañante, le explica que algo impide el libre movimiento de la rueda, no sabe qué pueda ser, deberían llamar a un auxilio mecánico - una molestia adicional, está en un descampado, no es época de celulares todavía. 

Sin saber bien qué hacer vuelve a sentarse frente a la rueda cuando, de pronto, al mirar por enésima vez lo mismo, sus ojos ven: ven que todavía hay una tuerca que permanece firme en su sitio. Tan sencillo. Esa tuerca siempre estuvo ahí, bien a la vista. Pero fue invisible para él.

jueves, 5 de mayo de 2011

Detalles sin importancia

En la familia de aquí se decía que G., hermano de mi abuelo y del abuelo de A.,  y al igual que ellos nacido en un pequeño pueblo de Sicilia, había sido anarquista.  Había llegado a la Argentina, a principios de los años treinta, huyendo tras matar a un hombre que lo amenazaba por ser G. antifascista. El largo brazo del duce lo había recapturado en una ciudad del sur bonaerense; G. no se había resistido, no obstante ser - se afirmaba - un excelente tirador. Tras ser devuelto a su patria y a fin de escapar a las crueles cárceles fascistas o incluso al fusilamiento G. se había fingido loco, logrando de ese modo acabar sus días en un psiquiátrico. 

Triste destino de un hombre íntegro. No dejábamos de sentir un cierto orgullo al saber que para ese tío abuelo nuestro los ideales habían valido más que la libertad.


Hace unos meses, viajó A. al pueblo de nacimiento de nuestros abuelos. Hablando con los de allá del común antepasado G., le refieren una historia ligeramente diferente. G., dicen los de allá, no había sido anarquista, tampoco había matado a nadie por razones políticas o en legítima defensa. Consignan en cambio que G. había sido colaborador o miembro pleno de cierta sociedad secreta originaria de la isla (y célebre también fuera de ella). Aseguran además que alguien había amenazado a G. con denunciar a la policía ese vínculo, amenaza cuya posibilidad de concreción G. juzgó prudente cancelar. G. - recordemos - era un excelente tirador.

Si se prescinde de las pequeñas diferencias mencionadas, podría afirmarse que ambas historias, en lo esencial, cuentan lo mismo. O casi.

domingo, 1 de mayo de 2011

Oigo voces

I.

Primero de Mayo. El despertador me saca a las siete de algún sueño que ya no recuerdo. Podría haber seguido en la cama un par de horas más, hoy es feriado total, está nublado, frío y ventoso, nada invita a salir. Pero a las diez hay una carrerita de 21 K, no estoy muy en forma, de todos modos tengo ganas de hacerla. Allá voy entonces. 

En la largada me reencuentro con varios de los participantes habituales, el clima previo es siempre lo mejor, la energía de los demás también acrecienta la propia. Mi número es el 910, hay bastante más gente de lo que hubiese esperado. 

¿Qué nos impulsa a correr? A unos poquísimos, el afán de competir y ganar. No es mi caso, por supuesto, demasiado lento para esa ambición. Compito sólo contra mí. Algunas razones de esta actividad, que los que no hacen ven como pérdida de tiempo o, en el extremo, autoflagelación, las explica muy bien el novelista Haruki Murakami  en su ensayo "De qué hablo cuando hablo de correr".  También está la psicologizada interpretación de mi conocida Ch.: los que corren después de los cuarenta buscan en realidad huir. ¿De qué estoy huyendo, entonces? No lo sé, no lo analizo: me divierto, me hace bien, me basta con eso.

10:15 partimos. Hasta la mitad del recorrido es terreno conocido, luego será terra incognita. Mis primeros diez kilómetros pasan fácil. Del diez al trece entramos en una condenada pendiente ascendente, no muy pronunciada, lo suficiente para que la voz interior inicie una protesta: qué hago aquí, por qué no estar en casita tomando tranquilo un café... Hacerle oidos sordos a esa voz es imprescindible para seguir.

Luego, todo lo que se ha subido hay que bajarlo, si bien frenarse cuesta abajo tampoco es tan sencillo. Aplausos y gritos - los vecinos en esquinas, delante de sus casas o desde algún balcón son generosos y alientan a todo el que pasa - me alegran y me alivian el esfuerzo. (En honor a la verdad también nos encontramos con automovilistas demorados en algunos cruces para dejar pasar a los competidores, cuyos  bocinazos no parecen de aliento sino todo lo contrario.) Kilómetro 18, el ánimo comienza a prevalecer sobre la fatiga, kilómetro 20, ya se siente casi la euforia de la meta, ahí está a la vista el arco del 21, llegamos. Al final, el cronómetro importa poco, son casi dos horas, ahora no hay más que colgarse la medallita conmemorativa de la participación, caminar unos pasos, reponer líquido, cambiar vivencias con los demás, sentarse unos minutos disfrutando el cansancio profundo y parejo, volver reconfortado a casa.


II.

A la tarde, oyendo / viendo a Roberta Sá. Una de esas voces nacidas para sambar. No es una nueva Elis Regina, Elis no tiene reemplazo, mas dejando de lado comparaciones, es muy bueno lo que hace esta muchacha. 

Esa voz dulce, esa sonrisa, esa gracia irresistible, cuántos dones recibiste, Roberta...




En calles, en plazas, en circos, en bancos de jardín,
Corriendo en lo oscuro,
Mi foto en los muros
Ya van a saber de mí,
Mambembe, gitano,
Debajo del puente, cantando,
Bajo la tierra, cantando,
En boca del pueblo, cantando.

Mendigo, malandra, negrito, mulato, marginal,

Esclavo evadido
O loco perdido
Voy a hacer mi festival,
Mambembe, gitano,
Debajo del puente, cantando,
Bajo la tierra, cantando,
En boca del pueblo, cantando.

Poeta, payaso, pirata, corisco, errante judío,

Durmiendo en la calle
- no es nada no es nada
Y ese mundo es todo mío,
Mambembe, gitano,
De bajo del puente, cantando,
Bajo la tierra, cantando,
En boca del pueblo, cantando.

"Mambembe" - Chico Buarque

viernes, 22 de abril de 2011

Parsifal

Esta obra, que su autor Richard Wagner no llamó ópera sino festival sagrado, una de cuyas escenas centrales transcurre en un día como el de hoy, Viernes Santoestá basada en la leyenda medieval del Santo Grial. Parsifal fue la última composición que RW completó y estrenó, si bien la estuvo trabajando en bosquejos sucesivos durante muchos años, siendo incluso anterior en su germen a otras seis. 

Quienes tengan dificultad con la estética wagneriana, que nunca es liviana, se encuentran aquí, por diferencia, con el hueso más duro,  el mayor de los desafíos: casi cinco (5) horas de música con apenas dos intervalos, tonalidades ominosas y continuamente cambiantes, muy pocos cantantes solistas - esencialmente sólo cuatro -, acción física casi inexistente la mayor parte del tiempo.

Aquí no hay, como en una ópera tradicional, arias con principio y fin definido, ni pasajes de relleno, todo está densamente entrelazado. No hay espacio para el aplauso y mucho menos para vociferar un bravo, ni siquiera al final: el respetuoso silencio, más allá de haber sido un expreso pedido del autor, no hace más que reflejar el ánimo de serena paz que persiste en el oyente cuando ha cesado la música.

Sí, puede decirse es una obra de una densidad enorme, en su texto y por supuesto en su música. El que se anime a ella accederá a una de las cimas absolutas del arte musical; otros no la soportarán cinco minutos...

Por lo difícil que siempre ha resultado disponer de buenos cantantes wagnerianos - las voces, entre otras exigencias,  tienen que tener un timbre muy particular y además, sin ayuda de amplificadores, imponerse sobre los tutti de una orquesta de más de cien músicos, con sección de bronces reforzada -  es entendible que no haya sido ésta una obra muy representada entre nosotros. 

Sólo una vez he podido presenciar Parsifal en teatroen el Colón, a mis escasos doce años, y a la distancia imagino más que probable que, junto a la fascinación de lo que veía y oía, en alguna parte haya bostezado, me haya aburrido - dormido no creo -  y me haya perdido en primera audición algo de lo mucho que el genio de Wagner condensó en su expresión final. Lo que no impidió que el virus de su música me contagiara de por vida, un virus contra el que no conozco vacuna...

... ni la deseo. 


domingo, 17 de abril de 2011

La expectativa

I.


Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de [...]. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida, a los demás: "¡No, no quiero ver la televisión!". Alza la voz, si no te oyen: "¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!". Quizá no te han oído, con todo ese estruendo, dilo más fuerte, grita: "¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino!". O no lo digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz.

"Si una noche de invierno un viajero" (Italo Calvino)

***


Ahí está, ése es el libro nuevo que estabas esperando. Apenas ayer lo viste en la vidriera de la librería, el impulso de entrar a comprarlo se te hizo irresistibe. En verdad no había urgencia,  un libro de ese autor no desaparecerá tan pronto de existencias y será seguramente reimpreso, además en casa tenías suficiente material de lectura, presente y atrasada, de hecho estabas leyendo otro libro que te gusta y del que todavía te resta bastante. Esto sin contar los que compraste la última vez y todos los demás que aguardan ser leídos hace meses o años en tu biblioteca. Pero ése es el poder irracional de las novedades, poder que se acrecienta cuando estás sobre aviso, cuando estás preparado para dejarte atrapar por lo que prometen.

***

Todavía no has abierto la primera página. El autor es un viejo conocido tuyo, conocido en el sentido de que has leído casi todo lo que él ha publicado. Se trata de una voz familiar, apreciada.

Y más allá del tema que trate ahora, conocés su mundo, su modo de decir, sabés que con él (como con otros excelentes autores) siempre encontrarás esos párrafos, esas páginas en las que te vas a olvidar por completo de que un libro es un producto editorial, que su existencia obedece a leyes del mercado y que, incluso, te ha costado no pocos pesos - digamos cien  -, porque toda la industria cultural, y el escritor en primer lugar, tienen derecho pleno a vender lo que producen.

No, te vas a sentir parte de un diálogo esencial y personal, entre vos y uno que sabe más o sabe diferente, o que incluso sabiendo lo mismo lo dice mucho mejor, alguien que te habla directo, te hace una confesión personal, te responde o comparte con vos la pregunta que tampoco él puede responder, esa pregunta con la que te ayuda a entender la vida.

Y aun ahora, sin haber leído la primera frase, ya te estás sintiendo feliz.

Anticipar, imaginar lo bueno que aun no ha ocurrido, dar por descontado ese placer que sin embargo no será nunca idéntico a tu expectativa - porque te resulta evidente que no sabrías definir con precisión qué es lo que esperás de un libro, aunque lo esperés casi todo.

También esa expectativa es una forma de tu felicidad...


II.

... como la expectativa de un nuevo día que amanece. Así lo cuenta Mr. Elling en un son (con ton) de Mr. Elling-ton (!):

lunes, 4 de abril de 2011

Constante

"Soy tan constante como la estrella polar", puso Shakespeare en boca de Julio César y la misma frase cantó luego en una hermosa canción de amor (A Case of You) Roberta, alias Joni Mitchell. 

Pero ¿a qué podemos llamar constante, a fin de cuentas? 

Constancia, hermoso y desusado nombre de mujer (su forma masculina no me suena tan agradable), expresión de una admirada virtud, virtud que admiro justamente por no tener. Nada hay constante en nuestra vida, a lo largo del tiempo que nos toca se va modificando todo; ni siquiera nuestros amores, ésos que al principio soñábamos eternos, acaban siéndolo la mayoría de las veces. 

Quedaba todavía para algunos el pobre consuelo de confiar en la naturaleza inmutable de las leyes que rigen el cosmos: si la ciencia no nos engañaba, a ciertas magnitudes podíamos tildarlas de constantes universales, de invariantes en todo lugar. Dios no juega a los dados, fue una famosa frase de Einstein. Pues ahora resulta que tampoco es ésa tierra firme donde echar el ancla de nuestra inquietud. 

Para desmentir póstumamente a don Albert, mediciones muy recientes parecen indicar que el valor de las constantes físicas varía según la ubicación en el universo. Y por si fuese poco, el mismísimo universo no tiene un centro quieto, estaría acelerado en una dirección lineal, digamos de izquierda a derecha: el enorme conjunto se escapa decidido hacia un punto remoto. 

Esa inmensidad que creíamos el todo puede resultar siendo sólo una parte de algo mayor (si es que eso cabe en la cabeza de alguien: no en la mía, por cierto). 

Durante una clase de filosofía, en el colegio secundario, juro que una vez sucedió que los conceptos de espacio y  tiempo se me presentaron sin resto de secretos ante mi entendimiento. Fueron tal vez sólo unos segundos de éxtasis indescriptible, en los que realmente creí haber resuelto la cuestión, de una vez y para siempre.  Para siempre.

(Desde entonces no he hecho más que retroceder. Mi incapacidad de entender: esa sí podría llamarse constante.)
***

Asombra enterarse de que Javier Marías, escritor largamente consagrado,  con cuarenta años de oficio sobre los hombros, al terminar una nueva novela sienta necesaria la opinión ajena sobre la calidad de lo escrito porque duda honestamente que merezca ser publicada.   

(Sospecho que tal interrogante jamás se le ocurriría a, por ejemplo, un Coelho. Y debería...)

***

Nombré antes a Joni, y la traigo aquí como autora, permitiendo que con su genio se luzcan otras dos damas: la gran Dianne Reeves y (para mí hasta hoy una desconocida) Caecilie Norby. Versión de género difícil de encasillar, con un arreglo vocal e instrumental de timbres muy sutiles. 

Para disfrutarla de los dos lados.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Cosas favoritas

Qué bien cantaba Julie sus cosas favoritas:


Raindrops on roses and whiskers on kittens,
bright copper kettles and warm woolen mittens,
brown paper packages tied up with strings,
these are a few of my favorite things.




***


A diferencia de otros chicos de mi edad y de mi ambiente, buena parte de los éxitos del cine americano de mi infancia la pasé, por decisión ajena, de largo. No hubo para mí Novicias, ni Poppins, ni Bambis.


En casa se eludía a conciencia lo que venía de Hollywood, seguro fruto de una antigua militancia política paterna, propia de tiempos en que el mundo se dividía sólo en dos. Consecuencia de esa elección, los productos de Disney no eran bien vistos, en cambio era habitual asistir al cine Cosmos, sala consagrada a lo que venía "del este".


Calidades artísticas aparte, ese cine socialista carecía de los brillos del "otro" cine. Y, más importante para mí, el sesgo estético de mi familia me dejaba más de una vez al margen de la conversación con mis compañeros de colegio, cuando ellos comentaban con entusiasmo las escenas que los habían fascinado en la película de moda.


***


De alguna manera, incluso en la madurez seguimos siendo (por aceptación u oposición, consciente o no) el resultado de lo que otros decidieron por nosotros en nuestra infancia.


***


"The Sound of Music" es una de las tantas que nunca ví (y aunque lo hiciera ahora, el efecto sería diferente), de modo que uno de sus temas emblemáticos lo haya tenido yo por mucho tiempo sólo como un standard de jazz antes que como una canción de comedia musical.  

Entre mis cosas favoritas, si de música se trata, está la maravillosa relectura del tema que hace Brad.

lunes, 21 de marzo de 2011

No tan lunes

La mañana de este lunes para mí no tan lunes - me halla en pleno plan de ocio voluntario - se presta para una larga caminata hasta el verde de Palermo. La ruta elegida (Callao, Quintana, Figueroa Alcorta) y el clima veraniego del primer día del otoño me ponen de buen ánimo.


Hago abstracción de consideraciones sociopolíticas y coyunturas históricas, y confieso que me siento a gusto en esta parte de la ciudad, me agrada su carácter de sobria elegancia, seguramente detestada por quienes reniegan de las influencias más europeizantes en nuestra cultura. No es éste nuestro espejo exclusivo, pero lo que nos muestra es también una parte verdadera de nuestra compleja mezcla.


La iglesia del Pilar, la bajada de plaza Francia, el puente peatonal hacia la facultad (ahora decorado su vientre curvo con coloridos diseños), la flor de metal, los museos, los colores de los parques, los árboles, las esculturas: muchos son los elementos en ese recorrido que me llenan la vista, reunidos hacen un conjunto que encuentro bello.


Llego al Rosedal y me sumo a los que dan vueltas en torno al lago. En patín, a pie, paseando perros o,  como yo, trotando, todos repetimos el mismo circuito de una milla. No somos una multitud hoy como en el fin de semana, se supone que el común de los mortales no tiene el privilegio de un lunes libre, lo mío es excepcional y por eso mismo lo disfruto mucho más.


Correr, mirar, respirar, transpirar, cansarse... hay raros instantes en que definir la felicidad es tarea muy simple.

jueves, 10 de marzo de 2011

San Pedro

Mientras espero que se descorra el telón, hago memoria de las dos únicas veces que lo ví en vivo: la primera en ese trío de Moretto, a fines de los setenta; luego, cuando integraba el grupo de Metheny, allí él hacía sólo percusión y esos coros tan etéreos de los que Pat supo hacer uso y abuso.

Pasaron más de treinta años, él tiene ya más de cincuenta aunque su aire juvenil lo desmienta. Al artista que ha llegado a ser ya no cabe calificarlo simplemente como bueno o muy bueno: ahora Pedro Aznar es un creador esencial, exquisito.

En este espectáculo está a solas, con diversos instrumentos (guitarras, bajo, teclado, melódica, hasta una despojada caja norteña). Pero, sobre todo, con su voz. El trabajo que hace con esa voz resulta difícil de parangonar. Pasando por alto su afinación perfecta, su total dominio del rango de volumen, uno se maravilla de que logre en cada arreglo algo mucho más raro: diferenciar el carácter de la  composición, hacerla única. Cada canción emociona, conmueve, y a la vez se percibe que su timbre de voz cambia a voluntad según lo que cante. Se podría creer que no hay sólo uno sino varios Pedro, y todos son excelentes. 

Así, cuando recrea algo de los Beatles, oímos a Harrison, o a Paul, o a un quinto Beatle que no conocíamos. Cuando es una zamba del Cuchi, se transforma en la réplica masculina de la Negra Sosa.

(Las versiones en vivo suenan tan impecables que hasta podría dudarse de un truco, la duda queda despejada cuando se separa del micrófono y la voz, sin amplificar, no cambia en nada su calidad expresiva.) 

¿Pero para qué hablarles más de lo que pueden escuchar?



viernes, 4 de marzo de 2011

Mare Balticum


Ya ha dejado atrás un buen trecho - trenes y ferry, más de un día y medio viajando. Ahora está esperando, en la intemperie de la terminal, para subirse a otro ferry que atravesará durante la noche el mar entre Estocolmo y Turku, dejándolo en tierras finlandesas. Su destino final es Tampere, allí lo espera Jorma, el teólogo.

***

Es viernes y es noviembre. En la fila para subir a la nave, turistas de diversa procedencia se mezclan con gente del lugar; unos se distinguen de otros, entre otras cosas, por las ropas: jeans y camperas aquéllos, ropa elegante éstos - incluso mujeres con vestidos largos y hombres de traje y corbata. 

El comercio de bebidas alcohólicas en Suecia es monopolio estatal y los impuestos al consumo son considerables, mientras que a bordo el alcohol se vende sin gravamen. Para los suecos, el único sentido de ese breve viaje finisemanal será embriagarse.  Beber non-stop de ida y de vuelta, sin siquiera bajar de la nave, hacerlo tanto como puedan resistir sus castigados hígados. Y los efectos serán visibles a la mañana siguiente cuando en el deck, poco antes de que él descienda, se encuentre a las mismas criaturas nórdicas ayer tan elegantes ahora desalineadas, con el rostro enrojecido y vacilantes, algunas midiendo en un alcoholímetro el tenor espirituoso de su aliento, riendo como tontos, acaso compitiendo entre sí o en pos de un récord personal.

***

Afuera hace un frío gélido. Encuentra en una de las salas comunes de descanso una litera desocupada y se recuesta. Durante la noche intentará, en principio, dormir. 

En la litera que está encima de la suya se acomodan dos, una adolescente de pelo rubio casi blanco, sin duda una vikinga, y un joven mochilero de aspecto latino. Ya los ha visto antes en el bar. Hablan en inglés. El muchacho lo hace con un acento que a él no le cuesta identificar como familiar, ajeno por completo al commonwealth: se trata de un porteño, como él.

***

En el casi silencio, por fondo el suave ruido del mar, escucha sin dificultad la cálida conversación de la pareja. Recién se están conociendo, es evidente. 

Poco a poco la escena se irá transformando, cuando los dos dejen de hablar con frases enteras porque ya no habrá inglés que les baste. Serán  entonces sólo susurros, luego jadeos, los inquietantes sonidos que él perciba: el lenguaje de dos cuerpos copulando. A ellos parecerá no importarles la poca intimidad del lugar. Él, aun sin quererlo, no podrá evitar oirlos. E imaginar.

***

Esa pareja furtiva haciendo el amor en la cama de arriba y sus tribulaciones de testigo semioculto serán, muchos años después, su más nítido recuerdo de una travesía en aguas bálticas en una noche de otoño.
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