El cine que le encanta a A. no es el que yo prefiero. Otra generación, otros gustos. Cuando tenía la edad que ella tiene hoy, me apasionaban Tarkovsky, Bergman - aunque no lo entendiera del todo -, Resnais, el gran Federico... Una dosis de esnobismo adolescente había sin duda en mis aficiones de entonces, pero había también un genuino interés en seguir los caminos menos transitados.
("Stalker", de Andrei Tarkovsky)
Me gustaban aquellas historias que no sólo entretenían, privilegiaba las que me hacían pensar: el goce estético e intelectual acostumbraba compensar con holgura algunos ocasionales esfuerzos de concentración. Era una salida habitual ir al "San Martín", al "Arte". O encerrarme en el vetusto “Gran Mitre” - cerca del pasaje Rivarola - y asistir en continuado a una sucesión de películas nada livianas (alguna vez fueron tres seguidas de Visconti).
Esa clase de cine ya no se hace o, si se intenta, los resultados no son los mismos. Y en cambio el cine de puro entretenimiento ha adquirido dominio imperial. Ahora sobreabundan, por ejemplo, las películas para público adolescente. Como las que ve A., una auténtica autoridad en el subgénero “historias de/con porristas”. Es habitual que me siente a su lado cuando dan una de ésas por tv: seguro ya la ha visto, no una sino varias veces, hay líneas de diálogo que se sabe de memoria, yo me dedico a hacer acotaciones tontas y ambos reímos.
("Bring it on", de... no importa)
El domingo le propuse a A. un menú inusual para ella, y allí fuimos juntos a ver “Lazos de Sangre”, cine independiente estadounidense, una trama dura, realista, narrada de un modo despojado, exactamente lo opuesto a Hollywood. Me gustó, y a ella no le pareció mal; para mí su veredicto fue una agradable sorpresa.