Cada vez que visito a A. le llevo palmeritas de "Castell's". Casi nunca fallo en pasarme de largo una cuadra, experimentar sorpresa de que la confitería no esté donde la ubicaba mi memoria, y tener que desandar el camino. Pero hoy la sorpresa es por decepción, la confitería está cerrada, y al preguntar en el negocio de al lado me confirman que el cierre es definitivo. La alternativa más cercana es "El Greco", también con larguísima historia.
El amplio local de "El Greco" se me ha aparecido más de una vez en sueños, y por una razón específica: cierta vez fueron a remate las existencias del salón de fiestas, entre ellas dos pianos de cola. No eran instrumentos de la mejor marca (uno seguro era francés, Pleyel, el otro no recuerdo) pero aun así eran una especie de objeto de deseo para mí. No asistí luego al remate; sin embargo, el recuerdo soñado de esos pianos en el salón vacío me continuó visitando durante años, y en ese recuerdo los pianos eran míos, sin sombra de duda.
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Mi hermano también recuerda que una vez, siendo él muy pequeño, entró en el jardín del abuelo y arrancó todas las cebollas. El abuelo le propinó tal tunda que mi hermano aullaba y luego se puso blanco, lo que era muy raro en él, se lo confesó todo a nuestra madre y juró que nunca volvería a levantar la mano contra un niño. En realidad, mi hermano no recuerda nada de esto: ni las cebollas ni la zurra. Se limitaba a repetir la historia que nuestra madre le había contado muchas veces. Y, en efecto, si la recordara, más le valdría ser cauteloso. Como filósofo, cree que los recuerdos son con frecuencia falsos, "hasta el punto de que, de acuerdo con el principio cartesiano de la manzana podrida, no hay que fiarse de nada que no tenga algún apoyo externo." Como yo soy más confiado, o me engaño más, continuaré con mis recuerdos como si fueran verdaderos.
"Nada que temer" - Julian Barnes