sábado, 28 de noviembre de 2009

Shinta

Yace ahora sobre el sofá, reposa de su vagabundeo nocturno. Su contribución a la casa es dejarse acariciar a voluntad (suya), ronronear, arañar algún tapiz, cazar, ignorar a uno de los perros y huir del otro, a veces desaparecer en un placard. Casi siempre, quedarse quieto y pasar inadvertido.

Le pregunto entonces si eso es para él el non plus ultra de una feliz felinidad, la plenitud de sus supuestas siete existencias gatunas.



Desde su mirada parece evaluar por un instante si vale la pena dar a la criatura humana una respuesta franca, pero calla.

El understatement es una de sus virtudes.

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