domingo, 8 de julio de 2012

Acotación

Tras acabar la hermosa novelita (apenas 120 páginas, letra grande) de la que robé la cita de la entrada anterior no puedo menos que recomendarla. Sentí curiosidad por saber un poco más de la vida de su autor, Erri de Luca, nacido en Nápoles en 1950; así supe que además de poeta, novelista, escalador extremo y otras cosas es, ante todo, un hombre que pone en acto su profunda ética humanista. 

* * *

"Adulto non sono diventato mai. Sono diventato anziano senza essere passato per l'età adulta" (E. d. L.)  "Il nous fallut bien du talent pour être vieux sans être adultes" (La chanson des vieux amants - Jacques Brel).

* * *

Transcribo uno de sus varios poemas disponibles en la web (otro ya lo colgué hace tiempo aquí); me atrevo de nuevo a hacer una traducción casi literal, con la sola intención de transmitir su sentido (el autor no creo que se entere, y si lo hace espero que no se ofenda).


"Elogio de los pies"

Porque sostienen el peso entero.
Porque saben mantenerse sobre apoyos y asideros mínimos.
Porque saben correr sobre escollos y ni siquiera los caballos lo saben hacer.
Porque llevan.
Porque son la parte más prisionera de un cuerpo encarcelado. Y quien sale después de muchos años debe aprender de nuevo a caminar en línea recta.
Porque saben saltar, y no es culpa suya si más arriba en el esqueleto no hay alas.
Porque saben plantarse en medio de la calle como mulas y hacer una valla delante de la verja de una fábrica.
Porque saben jugar con la pelota y saben nadar.
Porque para algún pueblo práctico eran unidad de medida.
Porque aquellos de mujer hacían bullir los versos de Pushkin.
Porque los antiguos los amaban y como primera muestra de hospitalidad se los lavaban al transeúnte.
Porque saben rezar meciéndose delante de un muro o replegados tras un reclinatorio.
Porque jamás comprenderé cómo hacen para correr contando con un apoyo solo.
Porque son alegres y saben bailar el maravilloso tango, el crocante tip-tap, la rufianesca tarantela.
Porque no saben acusar y no empuñan armas.
Porque fueron crucificados.
Porque aun cuando se desearía asestarlos en el trasero de alguno, viene el escrúpulo de que el blanco no merezca el apoyo.
Porque, como las cabras, aman la sal.
Porque no tienen apuro de nacer, pero luego cuando llega el punto de morir en el nombre del cuerpo patean contra la muerte.


"Elogio dei piedi"
 
Perché reggono l’intero peso.
Perché sanno tenersi su appoggi e appigli minimi.
Perché sanno correre sugli scogli e neanche i cavalli lo sanno fare.
Perché portano via.
Perché sono la parte più prigioniera di un corpo incarcerato. E chi esce dopo molti anni deve imparare di nuovo a camminare in linea retta.
Perché sanno saltare, e non è colpa loro se più in alto nello scheletro non ci sono ali.
Perché sanno piantarsi nel mezzo delle strade come muli e fare una siepe davanti al cancello di una fabbrica.
Perché sanno giocare con la palla e sanno nuotare.
Perché per qualche popolo pratico erano unità di misura.
Perché quelli di donna facevano friggere i versi di Pushkin.
Perché gli antichi li amavano e per prima cura di ospitalità li lavavano al viandante.
Perché sanno pregare dondolandosi davanti a un muro o ripiegati indietro da un inginocchiatoio.
Perché mai capirò come fanno a correre contando su un appoggio solo.
Perché sono allegri e sanno ballare il meraviglioso tango, il croccante tip-tap, la ruffiana tarantella.
Perché non sanno accusare e non impugnano armi.
Perché sono stati crocefissi.
Perché anche quando si vorrebbe assestarli nel sedere di qualcuno, viene scrupolo che il bersaglio non meriti l’appoggio.
Perché, come le capre, amano il sale.
Perché non hanno fretta di nascere, però poi quando arriva il punto di morire scalciano in nome del corpo contro la morte.

domingo, 1 de julio de 2012

Como cuando éramos chicos

I.

Conozco a alguien que lee incansablemente novelas y tiene la extraña costumbre - extraña al menos para mí - de comenzar cada libro echando una mirada a la última página. Tan fuerte es su curiosidad por saber cómo acabará. 

Yo no podría imaginarme haciendo eso jamás, siento que se rompería algo sagrado: el misterio. Seré quizá lector poco exigente - o algo infantil - pero mi interés depende demasiado de la sorpresa, del eventual suspenso. Más simplemente, de lo que no conozco.  

Son esas mismas razones las que me han llevado, con muy pocas excepciones, a no releer novelas, no importa cuánto me hayan gustado. En eso soy lo opuesto, por ejemplo, de cierta amiga que vuelve periódicamente a sumergirse en "Los Galgos", libro que conoce casi de memoria. 

Contra este deseo de imprevisibilidad  obra sutilmente una característica propia del libro tradicional: a medida que avanzamos y vemos decrecer la altura de hojas que nos separa de la contratapa, se nos va haciendo cada vez más concreta una sensación (sensación física, ajena a la dinámica del mundo de ficción en el que estemos metidos) de que el final del viaje está próximo. Y esa sobria constatación nos contamina, desde afuera, el placer de la lectura. 

El libro electrónico puede evitarnos esta pequeña infelicidad, pero a cambio nos exige otros renunciamientos mayores. Otra forma, sencilla y antiquísima, tal vez sea la mejor de todas: hacer que alguien lea para nosotros. Como cuando éramos chicos.

II.

A través de los libros de mi padre aprendía a conocer a los adultos por dentro. No eran los gigantes que pretendían creerse. Eran niños deformados por un cuerpo voluminoso. Eran vulnerables, criminales, patéticos y previsibles. Podía anticipar sus gestos; a los diez años era un mecánico del artefacto adulto. Sabía desmontarlo y volver a montarlo.

("Los peces no cierran los ojos" - Erri De Luca)



domingo, 24 de junio de 2012

Libre albedrío

En retrospectiva, las elecciones que uno hace tienden a presentarse como algo natural y hasta puede que revelen cierta coherencia. ¿Pero cómo fue, por ejemplo, que se hizo de River? 

Nunca fue fanático del fútbol, de chico lo jugaba muy mediocremente - no en vano llegarían a apodarlo el cacique -.

De sus escasas visitas a una cancha, mantiene un vago recuerdo de la primera de todas, un partido de la C, Liniers (el equipo de su barrio natal) contra Arsenal "de Sarandí", el tendría cinco años y lo había llevado su abuelo, en esos tiempos se podía.

Su abuelo español era de Vélez, la afición del abuelo italiano nunca llegó a conocerla. Y sus primos, uno de Vélez y otro de San Lorenzo. ¿Su padre? De la Academia, pero poco interesado por su suerte.

Un querido tío, socio y seguidor fiel de San Lorenzo, y el resto de los tíos, de Racing. Entre los familiares cercanos, ninguno de Boca, ninguno de River.

¡Ah! Sí, de River era su madre, pero lo era tan tenuemente que no cree que haya influido en él.

También recuerda que antes de empezar el colegio, cada vez que le preguntaban de qué cuadro sos le costaba realmente pensar una respuesta, no estaba ni enterado de que ese mundo de pasiones deportivas existiese.

Habrá sido por la insistencia de algún compañerito de la primaria que optó por la banda roja, aunque sus mejores amigos de entonces fuesen de San Lorenzo y de Boca. Luego, también por una cuestión barrial, fue socio de Ferro y hasta asistió un par de veces a la vieja tribuna de tablones.

Tuvo una vez un escudito que decía CARP y una foto autografiada de una gloria de la época. Pero no detecta ninguna razón fuerte para su decisión de identificarse con ese equipo. Sin embargo debe confesarse a sí mismo que este último año sufrió más de la cuenta. 

(Ahora se alegra como un niño de que la historia tenga nuevo comienzo.)

* * *

Señaló que aunque podamos pensar que somos libres de actuar como queremos,no podemos determinas qué es lo que queremos (y si deliberadamente "queremos querer" algo, está el problema habitual de regresión a un "querer" primario). En algún momento tus deseos tienen que ser sólo algo dado: el producto de la herencia y la educación. Por consiguiente, la idea de que alguien es el responsable verdadero y último de sus actos es insostenible; a lo sumo tenemos una responsabilidad transitoria y superficial, y hasta ésta, con el tiempo, revelará que es un error. G. bien podría haberme citado la conclusión de Einstein de que "un Ser dotado de una comprensión más profunda y una inteligencia más perfecta, al observar a los hombres y sus acciones, sonreiría ante la ilusión humana de que están actuando conforme a su libre albedrío".

("Nada que temer" - Julian Barnes)

miércoles, 13 de junio de 2012

Grados

Antes era menos riesgoso: papel y lapicera (u Olivetti) y a esperar que algo se nos ocurriese. Si dudábamos, al menos era una experiencia en soledad.

Las primeras computadoras lo complicaron: estar frente a ese artefacto susurrante sabiendo que miles de circuitos aguardaban una orden nuestra ya era algo que inquietaba de modo más profundo. Tan refinada tecnología, impotente frente a nuestra indecisión.

Finalmente, lo peor: la máquina en línea, conectada a una red inabarcable. Mails. Blogs. Sistemas automáticos que registran todos nuestros movimientos en el espacio virtual. Detrás, alguien anónimo que seguramente nos lee y nos juzga.

¿Y aun nos animamos a seguir escribiendo?


martes, 5 de junio de 2012

Trasunto

¿Existe alguna razón por la cual la copia perfecta de una obra de arte no pueda ejercer sobre el observador - cuando éste sabe que se trata de una réplica - el mismo efecto que la obra original? 

En el inicio de "Copia Certificada", película del iraní Abbas Kiarostami, se argumenta a favor de esta idea,  en contra de la preeminencia que suele atribuirse a lo original. Luego la trama deriva por otros caminos, menos evidentes, más incómodos para el espectador. A Kiarostami parece interesarle poco "entretener" al público, su estética es lo opuesto al paradigma hollywoodense, yo ya lo había sospechado con la honda aridez de "El sabor de las cerezas" (creo que aquella vez no hubo más de seis personas en la sala). 

En mi opinión "Copia..." está menos lograda que "El sabor...", las ideas resultan aquí más atractivas que su traducción al hecho artístico, tal vez sea por el modo de exponer, que parece un tanto distanciado y teatral, o por ciertos giros que no se comprenden sin esfuerzo. 

Críticas aparte, nunca resultará mal empleada una hora y media si en la pantalla está ella,  la maravillosa Juliette Binoche.




jueves, 31 de mayo de 2012

Pretérito imperfecto


En la reunión del grupo de amigos, alguien cita una frase que, parece, él le ha dicho al narrador años ha. Él no la recuerda pero esto no le sorprende demasiado, tan habitual como el olvido es que la memoria registre y conserve cosas aparentemente intrascendentes. 

(Por ejemplo, él está casi seguro de ser el único de ese grupo en recordar - incluso lo ve - el momento en que un estrafalario profesor de segundo año pronunció con énfasis cómico el nombre de un personaje histórico, Savonarola. ¿Qué habrá impulsado ese remoto día a su joven cerebro a considerar la particular pronunciación de un nombre como algo digno de ser guardado para toda la vida?)

Un poco más tarde en la misma reunión él evoca un hecho protagonizado por otro de los presentes. Él fue uno de los testigos privilegiados del hecho, sucedido hace tanto tiempo. Rato después, en soledad, salta la duda: ¿qué es lo que en verdad recuerda de ese asunto? ¿Realmente estuvo allí, lo vieron sus ojos o se lo contaron e imaginó todo? Ya no está seguro.

Recordar puede ser maravilloso; no lograr recordar a menudo nos preocupa.

Pero mucho más maravilloso y preocupante es tener recuerdos precisos de cosas que en verdad nunca sucedieron.

viernes, 25 de mayo de 2012

En alguna discusión, cuando el pulso se le aceleraba y las palabras le quemaban en la lengua, le sucedió más de una vez acabar oyéndose decir cosas que no quería decir. Lo raro es que la fatalidad no ocurría sin anunciarse antes: por unos instantes tenía una especie de aviso, una prefiguración del peligro, veía el abismo delante. Y sin embargo, como si el solo hecho de verlo ya anulara toda posibilidad de resistencia, acababa cayendo en él. ¿Destino?

Pronunciar palabras no deseadas era también experimentar extrañeza al comprobar la independencia entre conciencia y voluntad. Le corrió un escalofrío cuando se imaginó reducido a ser apenas un actor representando papeles escritos para otro. Un instrumento. Un repetidor. 

A su modo reinterpretó lo que algún sabio había afirmado (aunque intuía que ese sabio lo había dicho en un sentido mucho más profundo que el que él le daba ahora):  

No somos nosotros quienes nos expresamos mediante el lenguaje, sino el lenguaje el que se expresa a través de nosotros. 
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